jueves, 21 de noviembre de 2024
jueves, 9 de enero de 2014
La Educación
Cuando un hijo no guarda el debido
decoro en su actitud de vida, se viste de forma inapropiada y con aspecto
desaliñado, cuando un hijo responde desairadamente a las observaciones de quien
le quiere, le espera y le recibe y cuando un hijo no aprecia la intención de
las palabras ni la de los gestos y reacciona con desprecio y sin respeto hacia los
consejos de sus superiores en rango o condición, entonces se deduce que él no
tiene la culpa de su comportamiento social, ha sido su padre quien ha fracasado
en su misión de educador.
Cuando un padre, preocupado por
la educación de sus hijos, reclama de ellos la debida atención en las cosas
importantes para la vida académica y del trabajo y cuando insiste en la
importancia de alcanzar el reconocimiento curricular de los estudios realizados
y el significado del respeto hacia la jerarquía profesional en su trabajo y
recibe como respuesta al primero la más genuina manifestación de desinterés y
observa en el segundo que trata a sus superiores por igual, entonces el padre
se da cuenta que ha fracasado en su misión de enseñar a sus hijos los
principios éticos en los que se basa el orden de la familia y del trabajo.
Cuando una familia no puede
articularse entorno a un mismo tronco de valores, con independencia de las
ideologías, y cada individuo progresa dando a sus actos prioridades éticas
distintas e irreconocibles entre ellos y, la salvia del respeto deja de fluir,
la orgullosa defensa de sus orígenes se difumina, la defensa del patrimonio
común se relaja y el egoísmo personal prevalece sobre la utopía de grupo,
entonces el padre reconoce su fracaso en la misión de mantener vivo el tronco
familiar y muere; y cada individuo, para sobrevivir, deberá hacer germinar su
propia especie sobre un conjunto de valores distinto.
11-ago-2008
miércoles, 1 de enero de 2014
Las 11 Varas De Mi Camisa
Las relaciones humanas, y entre ellas también las relaciones familiares, pasan por momentos difíciles que normalmente se superan aderezando la buena voluntad de las partes con grandes dosis de amor, comprensión y generosidad. Suele ocurrir que cuando las relaciones personales atraviesan momentos de menor empatía te encuentras a ti mismo razonando, en calladas conversaciones con tu interior, sobre los pliegues más oscuros de las personalidades de los hombres y mujeres que componen la humanidad que te rodean y que, a la postre, es quien ha modelado tu vida en la forma como la vives. También ocurre que nuestras relaciones cotidianas se basan esencialmente en las facetas más amables de nuestra personalidad, aquellas que se manifiestan en las soleadas y templadas laderas de la vida mientras tratamos de ocultar en el fondo del valle aquellas debilidades, vicios o atavismos que nos avergüenzan.
Somos conscientes de quién somos y del engaño que el
espejo de la sociedad refleja de nuestra personalidad; con toda nuestra carga
de virtudes y de vicios, de pecados y de arrepentimientos, de ética y de moral,
de valor y cobardía, podemos engañar a los demás pero difícilmente nos
engañamos a nosotros mismos; a la postre, siempre sabemos cuando hemos obrado
bien o mal independientemente de lo que consigamos que refleje nuestro
comportamiento social.
Cuando llegan los momentos trascendentes de la vida,
esos pocos momentos de la existencia en los que reflexionas sobre la vida y la
muerte, sobre actuar por el sentimiento o por la conveniencia o la oportunidad,
cuando razonas sobre la diferencia entre el amor y la pasión, sobre la
generosidad y la codicia, sobre el trabajo y la necesidad, sobre la penitencia
y el perdón, cuando llegan esos momentos es cuando nos manifestamos en la total
dimensión de nuestra personalidad y fijamos la intima y sincera prioridad
que damos a los valores que reconocemos en nuestra personalidad.
Afortunadamente los malos tiempos son pasajeros, duran
lo que el destino, la suerte y la inteligencia quieran que dure, pero sabiendo
que el trabajo y la honestidad personal siempre tienen su recompensa y que cuando llega la
bonanza se devuelve a la vida el sosiego en las relaciones humanas; pero ocurre que
mientras tanto ya has escudriñado las cuevas más oscuras en los valles de las
personas que te rodean y, aunque después te arrepientas, has enriquecido tu
conocimiento sobre la sociedad que absorbe tu vida; te ha fortalecido y, aunque
hayas pagado un precio alto por la enseñanza, has aprendido que la bondad y la
generosidad son virtudes confesables pero que las sentimos como debilidades en
nuestro egoísmo.
Hace más de 20 años, a raíz de la muerte de mi madre,
inicié este pequeño ensayo sobre las varias personalidades que afectan y regulan las
relaciones humana. Tenía notas sueltas y deslavazadas sobre este asunto pero me faltaba el aglutinante de las ideas; una larga y
serena conversación con una persona muy querida ha servido de catalizador para iniciar la reacción que se produce entre sus elementos y comprender aquello que había observado
durante estos años. Todo ello pretendo reflejarlo en este breve ensayo escrito en primera
persona.
Me observo y veo un fuste mórbido que solo puede mantenerse erguido por la fuerza que
le proporciona la camisa de once varas que le abraza. Once formas de ser, once ego's que he identificado y que impúdicamente describo aquí.
Quizás me meta en "camisa de once varas" con
estas reflexiones porque quizás ni mis hijos, ni las personas que quiero, amo y
necesito a mi lado comprendan estos pensamientos por mi incapacidad de
trasmitirlos en la justa dimensión que mis sentimientos me dicta. Son once las
varas de la camisa que me encorseta pero son las varas que me dan la fuerza
para vivir. No podría vivir sin ellas aunque algunas me duelan y me atormenten.
Once formas de vida, algunas vividas y otras observadas en el gozo y el
sufrimiento que vive la sociedad que me acoge.
Primera vara: lo que quise ser pero no soy, lo que quise hacer pero no hice. Ya se acabó el tiempo, ya nunca podré ni serlo ni
hacerlo. Me enfrenté a decisiones trascendentes en mi vida, pude obrar con
humildad en favor del conjunto pero dejé que mi orgullo, la ambición y el
egoísmo vencieran mi voluntad y con mis actos violenté a la sociedad que me
hizo ser lo que soy.
Segunda vara: lo que conseguí por ambición.
Nunca supe ni lo que tuve ni lo que
tengo. Obsesionado por tener y por poseer dejé de disfrutar del placer de
compartir. De qué me sirve poseer lo que no se que poseo si no lo puedo
compartir, de qué me sirve comprar lo que no necesito si no lo puedo disfrutar.
Tercera vara: la osada libertad o mejor dicho, la libertad ganada con osadía. Pude ser
líder, pero me dio miedo la responsabilidad de serlo. Disfruto de una libertad
domada - quizás dominada - por la necesidad de mi cómodo bienestar, solo amo a
quien quiero amar, solo respeto a quien necesito respetar.
Cuarta vara:
saber dar lo que no cuesta. A nadie engaño con mi falsa
generosidad, regalo tiempo y consejos cuando sé que se me devolverán con creces
y solo doy lo que me cuesta más mantener. Dialogante, flexible como el junco,
recibo los argumentos no para aprender ni compartirlos sino para rebatirlos con
melosa suficiencia.
Quinta vara: el precio de la intolerancia.
El convencimiento de que tu inteligencia te dicta los argumentos y te da la
razón, por encima de cualquier otra consideración, tiene un precio: la
incomprensión, el aislamiento y la callada dedicación al estudio que satisface
tu curiosidad; busco en la Ciencia y en la Historia el saber desde el cosmos hasta
la poesía, desde el fanatismo hasta el erotismo.
Sexta vara: el
valor del sacrificio. Sacrificio callado y resignado, la entrega a la causa
del amor, la devota dedicación a la familia. Cómplice de inconfesables
comportamientos, custodio de arcana información que vas acumulando en tu
interior venciendo cada día el deseo de liberarte de tan pesada carga.
Séptima vara: el fruto de la constancia. Llegar a la meta solo lo consigo cuando pongo en
valor la fuerza de la constancia y la tenacidad. ¡Cuanto me cuesta! pero
experiencia tras experiencia compruebo que ésta es la vara que me hace
conseguir los objetivos. No importa si compito con los más listos o los más
audaces, si soy constante y tenaz alcanzaré la meta antes que ellos.
Octava vara: el valor de la amistad. Saber estar, saber amoldarte y seguir la estela. Dar
al amigo o al compañero ese impulso de ilusión y de esperanza; solo cuando lo
necesita, no importan tus razones, solo importa lo que él necesita en ese
preciso momento. Mantenerte un paso atrás pero que él sepa que estas allí.
Novena vara: el fruto del valor. Valor para comprometerme con un sueño, arriesgar la
vida y el bienestar por un proyecto de vida; luchar para que la utopía no se
transforme en quimera... y si fracaso lo volveré a intentar. Lucharé contra los
"dream eaters", los ladrones de sueños, los que pronostican mi
fracaso, los que no creen en mi sueño.
Décima vara: el refugio interior. Siempre
me queda mi "ego", el que nunca me decepciona, el que siempre me
acoge cuando se agotan los refugios, las puertas a donde llamar, los cuerpos a
quien abrazar. Siempre me queda el refugio de mis pensamientos que sin pudor
comparto porque "nadie te conocerá por los pensamientos ocultos" (Gabriel
García Márquez), siempre me quedará la fidelidad a mi propia
esencia.
Undécima vara: no comprendo porque sigo, debe ser por amor. Esta ultima
vara es la única razón que encuentro para seguir donde estoy. Cuando era más
joven veía mi vida de ahora de forma distinta, me imaginaba disfrutando de una
vida más sosegada, quizás más feliz. Si sigo aquí solo puede ser por amor.
Creo que a todos nos encorseta una camisa con estas
mismas once varas. El equilibrio que logres mantener entre las fuerzas de cada vara definirá quién eres. Creo que la personalidad que los demás reciben de ti es el reflejo de la vara que tu hayas elegido como la más prominente; esa es tu decisión de vida y tu privilegio. La elección que hagas dará el justo valor a tu autoridad moral para influir en la sociedad que te rodea.
Dic-2013
El Cinismo Social
Se ha puesto de moda, y se extiende como una
plaga, que ciertos personajes emitan su opinión sobre la vida y las costumbre de los
demás. No acabo de comprender por qué produce tanto morbo escuchar la opinión
de gente con dudosas credenciales intelectuales que emiten su opinión con total
descaro sobre cuestiones que afectan a la interpretación personal de la vida,
de los sentimientos, de los usos y costumbres o de las creencias de los demás.
Todo se mide por el rasero económico valorado en términos de audiencia de un
determinado programa de televisión, oyentes de una radio, tirada de un
periódico, revista o ediciones de libros de oportunidad.
Estamos perdiendo el referente intelectual de los
pensadores, filósofos y teólogos, quienes lejos de interpretar o juzgar la vida
de los demás comunican a quienes quieran escucharlos los resultados de sus
razonamientos sobre la vida, el comportamiento social o la evolución del
intelecto. Esos sabios, con mentes cultivadas por el estudio y la observación
de la sociedad o de la naturaleza, reflexivos y ponderados en sus opiniones;
los pensadores han dado un paso atrás, se han recluido en los rincones de sus bibliotecas
alejados por la marea de opiniones vacías y oportunistas sobre los
comportamientos ajenos. Echo de menos a esos intelectuales capaces de iluminar
con sus reflexiones los pensamientos de aquellos que sólo queremos aprender y
enriquecer nuestra cultura.
Las voces que han logrado acallar las de los pensadores
han copado los espacios de los medios de comunicación; ya no es posible seguir
un programa de radio o de televisión o de leer un articulo de fondo en un
periódico sin sufrir la continua agresión del insistente anuncio que reclama tu
atención hacia los aspectos más sórdidos de nuestra cultura. Esas voces, que a
mí me suenan falsas y vacías, son las que se atreven a juzgar el comportamiento
de los demás amparados por la demagógica e insultante excusa de la demanda de
su público, esas voces nos hablan mientras esconden sus propias miserias al
amparo del derecho a su intimidad, del carné o de la nómina de final de mes;
esas voces protegen celosamente su intimidad, la intimidad que ellos son
incapaces de respetar a los demás al amparo del todopoderoso derecho a la
información.
Cada vez me molesta más el cinismo de la sociedad que
reverencia a quien juzga los hechos que ocurren en la vida cotidiana. No
importa cual sea el posicionamiento ideológico, moral o religioso del
interlocutor yo le escucho porque soy un curioso del comportamiento social, pero
cada vez más me molesta el cinismo con el que se emiten las opiniones sobre
los comportamientos individuales de las personas.
Somos capaces de escuchar atentos a quien denuesta la
infidelidad de este personaje con aquella persona sin pensar que quien nos
habla con tanta vehemencia y pasión puede que nos esté moralizando mientras
sigue aun caliente la cama de su amante, y recibimos constantes lecciones de
ética de quien puede que aún le duela el puño que alcanzó la cara de su pareja;
y somos capaces de angustiarnos con el reportaje de unos despojos humanos en un
cubo de basura sin pensar que los ojos que lo han visto son los mismos que ayer
leían la factura del aborto de su hija. Somos capaces de escuchar los consejos
morales de un predicador que nos imparte doctrina de abstinencia sexual sin
saber si quien habla está todavía gozando el fétido olor del último ano que ha
penetrado o de encontrar consuelo en el hombro de aquel que está pensando como
sacar mayor provecho a nuestra debilidad.
Cada vez me cuesta más encontrar alrededor de mi la mirada
sincera, la voz firme, el pulso sereno de quien nada esconde porque la razón de
su saber, el bagaje de su experiencia y el resultado de sus pensamientos es
compartirlos con los demás como la mejor de las maneras de enriquecer su propia
cultura. Del mismo modo me asombra y me ofende la osadía de quien cuestiona mi
creencia en un Ser supremo desde un declarado ateísmo que es incapaz de
justificar con la razón; su agnóstica postura, que puedo llegar a compartir,
por su y por mi limitado entendimiento humano, incapaz de comprender todo
aquello que trasciende de la experiencia, no justifica que desde su postura de
ateo ideológico censure mis creencias.
Somos capaces de juzgar con cruel severidad las costumbres
y actitudes de civilizaciones lejanas si difieren de las comúnmente aceptadas
por el microcosmos de la sociedad que nos rodea, de la sociedad que desayuna a
nuestro lado o por la que trabajamos. Tememos que el círculo social que nos
rodea nos expulse si nos atrevemos a compartir una reflexión razonada o emitir
una opinión de estudio o comprensión de esta o aquella costumbre, o simplemente
si no vilipendiamos aquellos extraños individuos que hacen estas o aquellas –
para nosotros - barbaridades.
Nuestra sociedad – los individuos que forman nuestra
sociedad – nos arrogamos el derecho de juzgar a los demás y censuramos aquellos
comportamientos sociales que creemos que nuestro amigo, nuestro vecino o
nuestro pariente no aceptarían; no porque nosotros no los aceptemos sino porque
pensamos que si lo hacemos seremos apartados del grupo. Y en esa lógica nos
atrevemos a juzgar a las civilizaciones que hacen las ablaciones del clítoris a
sus niñas sin saber nada – absolutamente nada – de la raíz de esa costumbre que
espero que pronto sea erradicada por su propia evolución social, pero toleramos
que, desde hace 3000 años, practiquemos la circuncisión de nuestros hijos
varones por motivos religiosos (o dudosamente sanitarios); nos atrevemos a
juzgar como bárbaros a los pueblos que abandonan a sus ancianos en el bosque
para que sean pasto del lobo o sobre un témpano de hielo para que naveguen en
busca de aguas más cálidas, pero abrimos el debate para la aprobación de la
eutanasia justificada por nuestra discutible interpretación de una muerte
digna; y criticamos a la madre hambrienta de una cultura lejana que alimenta
con la carne de su hembra recién nacida a su hijo varón porque debe ser capaz
de cavar el huerto, pero aprobamos el aborto para preservar la salud mental de
una madre que no quiere serlo.
Cada vez me cuesta más ser cómplice de este cinismo social
que nos invade. Me cuesta mucho callarme ante la demagogia política capaz de
justificar hoy lo que ayer censuraba, de aquellos que imparten premio o castigo
por colores, de quienes son capaces de silenciar – de hacer olvidar – sus más
íntimas convicciones por inconfesables razones. No me gusta que juzgue mis
convicciones quien recita las consignas de aquel que las dicta por razones
políticas, quien no es capaz de decir a micrófono abierto lo que piensa en la
intimidad; tampoco me gusta que el servidor público que he elegido para que
administre mi bienestar abuse del conformismo de la mayoría silenciosa para
satisfacer los deseos de las estridentes minorías; del mismo modo censuro al
dirigente que no escucha las sinceras opiniones de sus leales colaboradores
pero da oído y crédito a interesados rumores lejanos. Pero no pierdo la
esperanza, porque quien sólo atiende a quién le da la razón, quien en lugar de
razonar y meditar con el que le censura y critíca, lo silencia para no escuchar
sus argumentos, solo puede esperar alcanzar el destino que la historia social
tiene reservado a los autócratas, a los visionarios, a los demagogos y a los
ignorantes poderosos.
Si, echo de menos a los intelectuales capaces de arriesgar
el eco de su palabra por la sinceridad de sus pensamientos. Qué pensaría la
sociedad de quien se atreviera a razonar sobre el deseo natural de la
paidofilia; y sin embargo la atracción erótica o sexual que una persona adulta
siente hacia niños o adolescentes es propia de nuestra naturaleza animal.
Alguien juzgará severamente esta frase, quizás alguien que ha intentado
sorprender a su hija de trece años mientras salía de la ducha o buscaba en la
cola del autobús los cuerpos desinhibidos y contorneados de jóvenes
adolescentes; quizás la juzgue aquel onanista que se esconde tras los juncos de
una playa nudista o ese padre que besa los labios a su hijo/a y que, más allá
de la muestra de cariño, recibe la punzada de la lujuria. Es nuestra
inteligencia y nuestra evolución social la que nos dicta que la paidofilia está
mal y así lo declaro; pero no comparto la ofendida postura que nuestra sociedad
adopta frente aquellas civilizaciones que han llegado hasta nuestro mismo tiempo y
espacio por un camino de evolución cultural distinto al nuestro en el que la practica de
la paidofilia no solo es tolerada sino que, como muestra de buenos anfitriones,
es compartida con sus más ilustres invitados.
Y por ello no me gusta el cinismo de esos mismos ilustres
invitados que, de regreso a la comodidad de su sociedad, critican aquellas
prácticas después de haber gozado de las carnes frescas y duras que le fueron
entregadas como el mejor de los presentes en sus viajes a África, la India, el
Sud-Este Asiático o las frías tierras por encima del paralelo 60º. Siento mucho
haber podido ofender a algún ilustre lector con estas opiniones pero lo que a
mi me ofende es que seamos tan cínicos que cerremos los ojos a esa repugnante
práctica si la cultura que la practica puede aportarnos algún beneficio. Probablemente
omitirán esas experiencias en sus informes de viaje y lo acallarán en los
medios de comunicación si esa civilización, tan lejana de la nuestra, puede
aportarnos el petróleo que necesitamos, las maderas que no tenemos, los
desarrollos de soft-ware que precisamos, la pesca que hemos agotado en nuestros
caladeros o si nos sirve de sumidero para nuestra chatarra o basura.
Somos demasiado cínicos. Nuestros medios de comunicación han
sido capaces de modular la intensidad de las críticas a las prácticas
“democráticas” de China en función de nuestro ranking en el medallero. Ni una
palabra sobre Cuba, ni una simple comparación entre los presos políticos de uno
y otro lado de la verja de Guantánamo. Me ofende quien enarbola cualquiera
de las banderas tricolores pre-constitucionales como símbolo de un orden social
diferente al que nos rige pero censura a quien defiende y postula una ideología
contraria a la suya. Para mi concepción social de la vida es demasiado cínica
la cómoda tolerancia que la mayoría de nuestra sociedad manifiesta hacia las
minorías.
Juzgamos a las personas, a los pueblos y a las
civilizaciones que cohabitan con nosotros, que comparten nuestras mismas
señales de satélites, que sufren nuestra misma carencia de energía o de agua
potable sin pararnos a pensar que ellos han llegado hasta nuestros mismos días
por los avatares de una historia distinta que ha configurado un orden social
diferente, ni mejor ni peor, solo diferente. Los censuramos y los insultamos
por sus comportamientos individuales y colectivos pero ello no nos impide usar
sus tecnologías para mejorar nuestro bienestar, usar sus mercados para vender
nuestros productos o utilizar su sistema educativo para formar a nuestros hijos
cuando el sentimiento de padre se sobrepone a los estúpidos atavismos
ideológicos.
No me creo capaz – todavía – de elaborar una conclusión a
estas reflexiones, mi cinismo me lo impide.
27-ago-2008
domingo, 29 de diciembre de 2013
Un cuento urbano: El tío que buscaba a su sobrino
Erase una vez un viejo ingeniero
que no se resignaba a que los avances de la tecnología le arrumbaran y por ello
se empeñó en comprender para después aprender a utilizar ese nuevo instrumento
que se llamaba Internet. Cuando el viejo supo utilizar ese nuevo lenguaje empezó
a comunicarse con sus semejantes por medio de su mudo teclado y fue así como inició
su irrefrenable vocación de mantenerse cerca de los suyos y de comunicar sus
pensamientos ocultos a las generaciones que le siguen.
Comenzó a recibir respuestas a las
ideas que proponía desde Chile y desde Bélgica, desde Italia y desde Francia,
de Barcelona, de Zaragoza, incluso del Valle de Ruesga y desde los barrios y
pueblos de Madrid y fue entonces cuando comprendió que el teclado del ordenador
y su pantalla no eran un arcano, un sumidero sin fondo donde se hunden las ideas
y se esconden los pecados como en la rejilla del confesionario si no que abre
las puertas a un mundo transparente en el cual alguien recoge tus pensamientos,
los interpreta e incluso los contesta.
Resultó que un sobrino de ese viejo
ingeniero le contestó, era un artista y le decía que él también estaba
aprendiendo ese nuevo lenguaje con el que se escriben las web’s y que le encantaría
intercambiar experiencias con el. El viejo, devoto curioso de la belleza y de
la estética, se sintió alagado por las opiniones de su sobrino y le prometió
que le visitaría en su nuevo estudio para conocer la realidad que inspiraba su arte y que le hacía producir las maravillosas imágenes que le había mandado
por Internet. La petición rebosaba sinceridad y el compromiso del viejo estaba lleno
de buenas intenciones.
Un día ese viejo ingeniero estaba
triste y deprimido; queriendo ocultar su malestar se adentró por
las callejuelas del viejo Madrid como tantas otras veces había hecho y ruando y
ruando llegó a la Plaza de Santa Bárbara. Pensó en su sobrino y comprendió que
quizás el destino le había traído hasta ese lugar para cumplir con su
compromiso de visitarle. Buscó en su gastada memoria, sabía que esa era en la
Plaza pero no lograba recordar el número; quizás sea el número 10 pensó; y
hasta allí se encaminó.
El majestuoso y destartalado
portal de finales del s. XIX, con el número diez cincelado en la piedra angular
del arco, estaba abierto, era un paso de carruajes a un patio central cuyo acceso
lo cerraba una cancela de madera pintada de verde con los cuarterones de
cristal esmerilado. La garita del portero tenía la luz encendida pero la puerta
estaba cerrada y el portero ausente; sus tímidas llamadas por el hueco de la
escalera no tuvieron respuesta y las placas de bronce, de plástico y de chapa
esmaltada que listaban la identidad de los inquilinos no hacían referencia a
ningún fotógrafo.
El viejo ingeniero sabía que esa era
la plaza, que estaba muy cerca de poder cumplir con su compromiso y decidió
seguir buscando. Dos moteros del Pizzeria de al lado estaban descansando
fumando un canuto en los escalones de piedra que bajaban de la acera a la
calle. Los moteros quedaros sorprendidos cuando el viejo les ofreció uno de los
dos botellines de agua que acababa de comprar para saciar su sed tras la larga
caminata; la sorpresa se tornó en amabilidad tras aceptar el ofrecimiento pero negaron
saber dónde podría haberse instalado un nuevo fotógrafo en la plaza. Los moteros le
sugirieron al ingeniero que se acercara a la emblemática y clásica cervecería Santa
Bárbara porque los camareros que la atienden son unos cotillas y suelen saber
lo que se cuece en los alrededores de su plaza. Un camarero mal encarado
recibió al viejo y este salió del local un poco malhumorado y sin haber averiguado la razón de su
sobrino.
En el centro de la Plaza, junto a
un banco de la arboleda, un mendigo, bajito, rechoncho de blanca barba y una mirada
penetrante dividida por una nariz roja hablaba con una mujer joven y bien
vestida; el ingeniero no podía oír lo que decían pero era evidente que la
conversación interesaba a ambos. Se acercó discretamente y averiguó que ella
era una estudiante de sociología que estaba interesada en conocer la vida de
los indigentes. Después escuchar indiscretamente la conversación durante unos
minutos, el ingeniero, suponiendo que el mendigo era un aborigen de la plaza,
preguntó si conocía a su sobrino, lo describió con todo lujo de detalle y como
un artista fotógrafo que acababa de instalarse en la plaza en un estudio a pie
de calle. El mendigo escuchó atentamente al ingeniero – mientras la estudiante
de sociología tomaba notas mentales – y le contestó que no, que él era un
mendigo nómada que acababa de llegar hace cinco días huyendo de los calores del sur,
que estaría por la plaza una semanita más y que después se encaminaría hacia
tierras gallegas para pasar el verano.
El mendigo le sugirió al
ingeniero que hablara con el encargado de los baños públicos que están junto a
la boca del Metro porque él era el que realmente sabía todo lo que ocurre en la
plaza. El ingeniero bajó las escalerillas alicatadas de los baños públicos y le
embriagó la sensación de dar un salto de un siglo en la historia, tuvo la
sensación que eran los escalones del túnel del tiempo que le llevarían a los albores
del s. XX. Un cartel con la inscripción “este servicio público es gratuito”
colgado de un cordel encima de un urinario le dio la bienvenida. La
garita del encargado, hecha con materiales de fortuna en uno de los escusados y
un cristal con visillo en lugar de la tabla central de la puerta, estaba vacía. Orinó, y salió al exterior. La
aguda mirada del mendigo le estaba esperando mientras emergía de las escaleras
y desde la lejanía de unos treinta pasos le indicó con un inequívoco gesto que buscara al encargado a las espaldas de esa misma construcción. El ingeniero obedeció las mímicas
instrucciones del mendigo y girando la doble esquina no encontró al encargado de los baños públicos pero descubrió con un
completísimo puesto de periódicos.
El quiosquero y su quiosco eran
todo un espectáculo; todo limpio y ordenado y la calidad de la ropa que vestía
el quiosquero era elegante, impoluta, de colores alegres y conjuntados; la
curiosidad del ingeniero le hizo detenerse en la oferta impresa que se exponía frente a él; periódicos de todas las lenguas y naciones, la prensa europea
perfectamente ordenada en sus archivadores; los chinos, japoneses, árabes y
judíos solapados unos con otros mostrando sus cabeceras como los picos abiertos
de los pájaros en el nido llamando la atención; los americanos e ingleses
compitiendo en una sección separada y después, todos los españoles rodeando un
impresionante abanico de revistas mostrando las mujeres de moda en sus
portadas. Pero desgraciadamente el quiosquero tampoco sabía nada del sobrino
fotógrafo.
Y así fue como el viejo ingeniero
sintió la punzada del orgullo y se empeñó en encontrar el estudio de su querido
sobrino. Desde la privilegiada posición del quiosco oteo toda la plaza; a la
derecha había vallas de obras en la acera y una sucursal del banco BBV, le vino
a la mente una vieja canción de un cantautor de moda y decidió recorrer todos los portales empezando
por la izquierda. La
portera del numero 6 le recibió con un vestido de bata de tela estampada
abotonada desde el cuello hasta un palmo por debajo de la rodilla; “…y como
dice que se llama su sobrino” le preguntó; y el viejo le contestó Pasquale
Caprile; “…hay señoriíto, le dijo, no me
diga que es hermano del modisto”, a lo cual el viejo le contestó afirmativamente, que eran dos hermanos artistas con una sensibilidad muy especial por la belleza.
La portera inició entonces un
largo monólogo con el viejo ingeniero, le contó que era una modista que ya no
podía trabajar por problemas en la espalda; qué se sentaba en su portal
recordando cuando en la acera de enfrente de la plaza había uno de los talleres
de costura más importantes del Madrid de la primera mitad del siglo XX; que
desde el balcón de su casa veía los desfiles de moda que en la primavera y en
el otoño se hacían en el centro de la plaza; que ahora desde su portería veía
pasar muchas veces al modisto Lorenzo delante de ella porque vivía por allí
cerca y que nunca se había atrevido a pararle para decirle que era una
enamorada de su trabajo. Le dijo que tenía el corazón lleno de gozo por saber
que iba a ser vecina de su hermano Pasquale, otro artista y además fotógrafo pero
que desgraciadamente no sabía donde se estaba instalando. La mujer quedó tan
consternada por no saberlo que el ingeniero le prometió que si lo averiguaba se
lo vendría a contar.
El ingeniero cruzó de nuevo la
plaza y fue al portal número 1; el portero de chaquetilla azul levantó la vista sobre sus quevedos y se
levanto tan ágil y solícito que dejó sorprendido al visitante. No solo sabía la respuesta
de dónde se estaba instalando Pasquale sino que se disponía a acompañarle hasta
su mismísimo estudio; “…es aquí al lado, en el portal número 3, el que está en
obras”. La frustración fue total cuando
dos candados uno en la verja de obra y otro en el portal de madera impedían la entrada. En el camino
de regreso al portal del número 1 el portero le decía al ingeniero lo contento
que estaba de ver como gente como Pasquale vinieran a Santa Bárbara para devolver el lustre y el esplendor a su maravillosa plaza y el ingeniero decidió
cumplir la promesa de anunciar a la portera del número 6 dónde estaba el
estudio de Pasquale Caprile.
Y así termina el cuento del viejo
ingeniero que buscaba a su sobrino artista y que no lo encontró pero que en el
camino conoció las intimidades de la plaza de Santa Bárbara de Madrid y de su
gente.
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Viernes, 18 de junio de 2004
domingo, 22 de diciembre de 2013
Sobre la Bio-Trónica
Cuando la ciencia establezca la relación entre la energía del mundo físico (material) y la energía del psico, es decir, de la mente, del pensamiento, habremos llegado a la formulación de la Bio-Tronónica.
Entonces desarrollaremos la tecnología para que la Humanidad saque el provecho de esa nueva "dimensión" de la energía.
Si esto ocurre - corrijo - cuando esto ocurra, porque es inevitable que ocurra, entonces se producirá un nuevo "leap" en la historia de la humanidad.
Abandonaremos nuestra existencia basada en el razonamiento y alcanzaremos el estado de la "existencia cognitiva".
Pasado = Existencia Natura (desde el origen de hombre hasta 5.000 a.C.)
Presente = Existencia Razonada (desde 5.000 a.C. hasta la Bio-Tronica)
Futuro = Existencia Cognitiva (el uso y utilización de la Bio-Trónica)
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Entonces desarrollaremos la tecnología para que la Humanidad saque el provecho de esa nueva "dimensión" de la energía.
Si esto ocurre - corrijo - cuando esto ocurra, porque es inevitable que ocurra, entonces se producirá un nuevo "leap" en la historia de la humanidad.
Abandonaremos nuestra existencia basada en el razonamiento y alcanzaremos el estado de la "existencia cognitiva".
Pasado = Existencia Natura (desde el origen de hombre hasta 5.000 a.C.)
Presente = Existencia Razonada (desde 5.000 a.C. hasta la Bio-Tronica)
Futuro = Existencia Cognitiva (el uso y utilización de la Bio-Trónica)
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La Verdad No Es Incómoda
Todos tienen su razón en lo que dicen y defienden cuando hablan de la Naturaleza, todo depende de cómo se quiera comunicar que el desarrollo de la especie humana sobre la faz del planeta Tierra influye sobre la propia naturaleza de la tierra.
Las incomodas verdades o simplemente la constatación de nuestra realidad como especie que influye en la evolución de la Naturaleza puede transmitirse entre individuos y comunicarse a la sociedad de muchas maneras posibles; se puede transmitir desde el rigor científico entre la minoría de individuos capaces de interpretar los parámetros técnicos o, coloquialmente, de forma divulgativa, esa misma realidad se puede transmitir como la traducción que los comunicadores hacen de esos mismos parámetros a un lenguaje capaz de ser entendido por una mayoría de la sociedad que no tiene la obligación de saber valorar ni ponderar los parámetros que se le comunican.
Hay muchos ejemplos en la sociedad moderna de cómo un mismo hecho científico puede ser interpretado por la sociedad cómo una oportunidad para el progreso colectivo o cómo una amenaza a la sociedad en función de cómo los comunicadores hayan traducido el valor de los parámetros de ese hecho científico. El ejemplo más paradigmático probablemente lo tengamos en nuestra vieja Europa cuando comparamos a Francia con España en el tratamiento de dos avances tecnológicos: a) el aprovechamiento pacifico de la energía nuclear y b) el aprovechamiento de los recursos hídricos.
Mientras que los franceses comunicaban a su revolucionaria juventud – recordemos el mayo del 68 – que la energía nuclear representaba la independencia de su país del imperialismo que controlaba el petróleo, en España se comunicaba a la taimada juventud de finales de los 60’s y los 70’s los grandes peligros de la energía nuclear, de su innecesario desarrollo porque la demanda energética del país sería suficientemente satisfecha, primero con los recursos hídricos que nos brindaba la orografía de nuestra tierra, después con los casi-inagotables yacimientos de carbón de León, Asturias y Galicia y por último con las prometedoras explotaciones de petróleo y gas-natural que se empezaban a desarrollar en Burgos y otras provincias.
Diez años más tarde, en España lucíamos la pegatina de “¿Nuclear? – no, gracias” en los parachoques de los coches mientras hacíamos funcionar nuestras fabricas y hoteles con la electricidad importada desde Francia y producida en centrales térmicas-nucleares. El nivel de desarrollo de España de los próximos quince o veinte años será el que nos permita tener los países que nos venderán la energía que necesitaremos para nuestro desarrollo, porque de ellos dependerá la cantidad que nos quieran vender y el precio al que nos la quieran cobrar. Francia sin embargo es, hoy por hoy, energéticamente autosuficiente y los franceses son los dueños de su propio desarrollo.
El otro ejemplo de los grandes errores en la comunicación de la información científica lo encontramos en la opinión social sobre la administración de los recursos hidráulicos. Francia ha sabido conectar con canales sus cuencas hidrográficas hasta el punto de poder navegar desde Atlántico al Mediterráneo por canales fluviales mientras que en España no permitimos que nuestras provincias secas puedan utilizar el agua que vierten al mar los ríos de las provincias húmedas. Si comparamos los recursos hídricos de España y Francia salimos bastante mal parados, porque aunque somos dos países con parecidas densidades demográficas - entorno a los 90 habitantes por kilómetro cuadrado - nos diferencian dos hechos estructurales de gran relevancia energética: el primero es que los 64 millones de franceses viven a una altitud media de 60 metros sobre el nivel del mar mientras que los 44 millones de españoles habitamos a una altitud media de 500 metros sobre el nivel del mar y, el segundo factor diferenciador es que, los 5.600 Kilómetros de los 9 mayores ríos de España transportan de media 2.120 m3/s (metros cúbicos de agua por segundo) mientras que los 4.900 Kilómetros del mismo número de ríos franceses transportan 6.760 m3/s, es decir, los ríos franceses tienen un caudal de agua 3 veces mayor que los ríos españoles.
Aunque intuitivamente puede comprenderse la importancia energética de estos datos, conviene que reflexionemos sobre el hecho geofísico (físico y geográfico) que en España el agua para nuestro consumo diario deba estar disponible 500 metros más arriba de lo que debe estar en Francia y que disponer de un litro de agua a esa altura es lo mismo que subir un kilo a esa altura y, energéticamente eso quiere decir, que cada litro de agua que consumimos en España tiene 500 Kgm (Kilogrametros) más de energía que si se consume en Francia. La consecuencia de este dato es que como los 44 millones de Españoles consumimos una media de 250 litros (Kilos) de agua por persona al día, los españoles derraman diariamente por las alcantarillas 44 x 250 x 500 = 5.500.000 millones de Kgm (15 millones de Kilovatios/hora) de energía potencial más que los franceses solo por el hecho de disponer diariamente de agua en las tuberías. Es decir, un país como España que tiene unos recursos energéticos limitados, unos recursos hídricos escasos y que, para ofrecer a sus ciudadanos el servicio del agua corriente, tiene que dedicar diariamente un exceso de energía equivalente al consumo diario de 5 millones de coches más que su vecino del Norte, se permite el lujo de educar a su ciudadanía en contra de la energía nuclear y en contra del aprovechamiento racional de los cauces de sus ríos y la distribución de un pequeño porcentaje de los caudales de agua que son derramados al mar.
A mi me parece que en España hemos desenfocado el debate social que cultivamos sobre estos temas y que dedicamos nuestros mayores esfuerzos y los de mayor calidad de comunicación a asuntos de muy escaso recorrido temporal mientras que los grandes temas como los recursos energéticos, la alimentación, la educación o la sanidad se soslayan o se utilizan como instrumentos de controversia política en lugar de ser los temas para un consenso de Estado que como ciudadano echo de menos.
Volviendo al planteamiento inicial de este ensayo, todos los que estudiamos, hablamos o escribimos sobre la influencia del hombre en la Naturaleza tenemos nuestra razón. Pero lo importante es saber qué es lo que hay que informar y como se comunica a una sociedad que no tiene la obligación de saber interpretar los parámetros físico-químicos que intervienen en esa evolución. La información que recientemente hemos recibido en “Una Verdad Incomoda” es cierta, no voy a ser yo el que la desmienta, pero el problema es que no es toda la verdad y no es solo la verdad. Lo mismo ha ocurrido hace 5 años con la dialéctica utilizada contra el plan Hidrológico Nacional y los contenidos del Libro Blanco del Agua para luchar contra el trasvase del Ebro y lo mismo sucedió hace 50 años para argumentar en contra del desarrollo para la utilización pacifica de la energía nuclear.
Creo que debemos preguntarnos permanentemente qué debemos comunicar y para qué. Podemos ser más “papistas que el papa” y luchar contra la energía nuclear para acabar comprando a nuestro vecino la electricidad producida por la tan denostada energía nuclear; también podemos renunciar al trasvase del Ebro para terminar produciendo, en Murcia y en Almería, agua desalada en plantas que consumen la energía que no tenemos y también podemos flagelarnos todas las mañanas en el coche mientras oímos la radio en el embotellamiento cotidiano e ir corriendo a comprar el libro del último gurú para enseñárselo a nuestros hijos y ser los más modernos de la oficina; pero la verdad, la cruda realidad es que las sociedades que crean riqueza, cuyas economías están basadas en incorporan valor añadido a las materias primas, las que son capaces de hacer avanzar a la especie humana hacia comportamientos sociales cada vez más cultos y civilizados y por ende, las más preocupadas por la conservación del Medio-Ambiente y de la Naturaleza, son las sociedades que se han permitido a si mismas utilizar la energía nuclear y han aprovechado mejor los recursos naturales a su alcance para su propio beneficio y progreso.
Creo que abordar estos temas de forma colectiva es bueno para el progreso y la cultura, pero creo que debe hacerse desde un cierto egoísmo de Estado. También creo que un país como el nuestro que no tiene recursos energéticos propios debe fomentar el uso pacífico de la energía nuclear; creo que no debe desgastarse en rencillas de vecindad sobre los escasos recursos hídricos que dispone y creo que tampoco debe fomentar un catastrofismo climático sobre el cual su capacidad de influencia es nula. Las sociedades pueden permitirse el lujo de ser generosamente románticos con aquellos parámetros que no tienen influencia en el bienestar de sus ciudadanos pero pretender ser el adalid del progreso cuando la capacidad de su desarrollo depende de terceros o mientras su capacidad para generar riqueza está basada en el sector de los servicios que vende a esos mismos terceros es simplemente, como Estado, una postura absurda y pretenciosa.
Estamos en los albores de un nuevo ciclo geológico de glaciación, el último ocurrió hace 20.000 años y hemos aprendido de la Naturaleza que el planeta Tierra – pronto, en los próximos 1.000 o 2.000 años – dejará sentir sobre su corteza la sinusoide del próximo ciclo glaciar de forma acelerada. Mientras tanto, nos resignaremos a que alguien gane dinero vendiendo una visión catastrofista de nuestro bienestar y seguiremos contribuyendo al sostenimiento del IPCC de la ONU (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) mientras no encontremos una mejor ocupación para los más de 1.000 funcionarios que lo componen.
28-oct-2007
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