jueves, 9 de enero de 2014

La Educación



Cuando un hijo no guarda el debido decoro en su actitud de vida, se viste de forma inapropiada y con aspecto desaliñado, cuando un hijo responde desairadamente a las observaciones de quien le quiere, le espera y le recibe y cuando un hijo no aprecia la intención de las palabras ni la de los gestos y reacciona con desprecio y sin respeto hacia los consejos de sus superiores en rango o condición, entonces se deduce que él no tiene la culpa de su comportamiento social, ha sido su padre quien ha fracasado en su misión de educador.

Cuando un padre, preocupado por la educación de sus hijos, reclama de ellos la debida atención en las cosas importantes para la vida académica y del trabajo y cuando insiste en la importancia de alcanzar el reconocimiento curricular de los estudios realizados y el significado del respeto hacia la jerarquía profesional en su trabajo y recibe como respuesta al primero la más genuina manifestación de desinterés y observa en el segundo que trata a sus superiores por igual, entonces el padre se da cuenta que ha fracasado en su misión de enseñar a sus hijos los principios éticos en los que se basa el orden de la familia y del trabajo.

Cuando una familia no puede articularse entorno a un mismo tronco de valores, con independencia de las ideologías, y cada individuo progresa dando a sus actos prioridades éticas distintas e irreconocibles entre ellos y, la salvia del respeto deja de fluir, la orgullosa defensa de sus orígenes se difumina, la defensa del patrimonio común se relaja y el egoísmo personal prevalece sobre la utopía de grupo, entonces el padre reconoce su fracaso en la misión de mantener vivo el tronco familiar y muere; y cada individuo, para sobrevivir, deberá hacer germinar su propia especie sobre un conjunto de valores distinto.

11-ago-2008

miércoles, 1 de enero de 2014

Las 11 Varas De Mi Camisa


Las relaciones humanas, y entre ellas también las relaciones familiares, pasan por momentos difíciles que normalmente se superan aderezando la buena voluntad de las partes con grandes dosis de amor, comprensión y generosidad. Suele ocurrir que cuando las relaciones personales atraviesan momentos de menor empatía te encuentras a ti mismo razonando, en calladas conversaciones con tu interior, sobre los pliegues más oscuros de las personalidades de los hombres y mujeres que componen la humanidad que te rodean y que, a la postre, es quien ha modelado tu vida en la forma como la vives. También ocurre que nuestras relaciones cotidianas se basan esencialmente en las facetas más amables de nuestra personalidad, aquellas que se manifiestan en las soleadas y templadas laderas de la vida mientras tratamos de ocultar en el fondo del valle aquellas debilidades, vicios o atavismos que nos avergüenzan. 

Somos conscientes de quién somos y del engaño que el espejo de la sociedad refleja de nuestra personalidad; con toda nuestra carga de virtudes y de vicios, de pecados y de arrepentimientos, de ética y de moral, de valor y cobardía, podemos engañar a los demás pero difícilmente nos engañamos a nosotros mismos; a la postre, siempre sabemos cuando hemos obrado bien o mal independientemente de lo que consigamos que refleje nuestro comportamiento social.

Cuando llegan los momentos trascendentes de la vida, esos pocos momentos de la existencia en los que reflexionas sobre la vida y la muerte, sobre actuar por el sentimiento o por la conveniencia o la oportunidad, cuando razonas sobre la diferencia entre el amor y la pasión, sobre la generosidad y la codicia, sobre el trabajo y la necesidad, sobre la penitencia y el perdón, cuando llegan esos momentos es cuando nos manifestamos en la total dimensión de nuestra personalidad y fijamos la intima y sincera  prioridad que damos a los valores que reconocemos en nuestra personalidad.

Afortunadamente los malos tiempos son pasajeros, duran lo que el destino, la suerte y la inteligencia quieran que dure, pero sabiendo que el trabajo y la honestidad personal siempre tienen su recompensa y que cuando llega la bonanza se devuelve a la vida el sosiego en las relaciones humanas; pero ocurre que mientras tanto ya has escudriñado las cuevas más oscuras en los valles de las personas que te rodean y, aunque después te arrepientas, has enriquecido tu conocimiento sobre la sociedad que absorbe tu vida; te ha fortalecido y, aunque hayas pagado un precio alto por la enseñanza, has aprendido que la bondad y la generosidad son virtudes confesables pero que las sentimos como debilidades en nuestro egoísmo. 

Hace más de 20 años, a raíz de la muerte de mi madre, inicié este pequeño ensayo sobre las varias personalidades que afectan y regulan las relaciones humana. Tenía notas sueltas y deslavazadas sobre este asunto pero me faltaba el aglutinante de las ideas; una larga y serena conversación con una persona muy querida ha servido de catalizador para iniciar la reacción que se produce entre sus elementos y comprender aquello que había observado durante estos años. Todo ello pretendo reflejarlo en este breve ensayo escrito en primera persona. 

Me observo y veo un fuste mórbido que solo puede mantenerse erguido por la fuerza que le proporciona la camisa de once varas que le abraza. Once formas de ser, once ego's que he identificado y que impúdicamente describo aquí.

Quizás me meta en "camisa de once varas" con estas reflexiones porque quizás ni mis hijos, ni las personas que quiero, amo y necesito a mi lado comprendan estos pensamientos por mi incapacidad de trasmitirlos en la justa dimensión que mis sentimientos me dicta. Son once las varas de la camisa que me encorseta pero son las varas que me dan la fuerza para vivir. No podría vivir sin ellas aunque algunas me duelan y me atormenten. Once formas de vida, algunas vividas y otras observadas en el gozo y el sufrimiento que vive la sociedad que me acoge.

Primera vara: lo que quise ser pero no soy, lo que quise hacer pero no hice. Ya se acabó el tiempo, ya nunca podré ni serlo ni hacerlo. Me enfrenté a decisiones trascendentes en mi vida, pude obrar con humildad en favor del conjunto pero dejé que mi orgullo, la ambición y el egoísmo vencieran mi voluntad y con mis actos violenté a la sociedad que me hizo ser lo que soy.

Segunda vara: lo que conseguí por ambición. Nunca supe ni lo que tuve ni lo que tengo. Obsesionado por tener y por poseer dejé de disfrutar del placer de compartir. De qué me sirve poseer lo que no se que poseo si no lo puedo compartir, de qué me sirve comprar lo que no necesito si no lo puedo disfrutar.

Tercera vara: la osada libertad o mejor dicho, la libertad ganada con osadía. Pude ser líder, pero me dio miedo la responsabilidad de serlo. Disfruto de una libertad domada - quizás dominada - por la necesidad de mi cómodo bienestar, solo amo a quien quiero amar, solo respeto a quien necesito respetar.

Cuarta vara: saber dar lo que no cuesta. A nadie engaño con mi falsa generosidad, regalo tiempo y consejos cuando sé que se me devolverán con creces y solo doy lo que me cuesta más mantener. Dialogante, flexible como el junco, recibo los argumentos no para aprender ni compartirlos sino para rebatirlos con melosa suficiencia.

Quinta vara: el precio de la intolerancia. El convencimiento de que tu inteligencia te dicta los argumentos y te da la razón, por encima de cualquier otra consideración, tiene un precio: la incomprensión, el aislamiento y la callada dedicación al estudio que satisface tu curiosidad; busco en la Ciencia y en la Historia el saber desde el cosmos hasta la poesía, desde el fanatismo hasta el erotismo.

Sexta vara: el valor del sacrificio. Sacrificio callado y resignado, la entrega a la causa del amor, la devota dedicación a la familia. Cómplice de inconfesables comportamientos, custodio de arcana información que vas acumulando en tu interior venciendo cada día el deseo de liberarte de tan pesada carga.

Séptima vara: el fruto de la constancia. Llegar a la meta solo lo consigo cuando pongo en valor la fuerza de la constancia y la tenacidad. ¡Cuanto me cuesta! pero experiencia tras experiencia compruebo que ésta es la vara que me hace conseguir los objetivos. No importa si compito con los más listos o los más audaces, si soy constante y tenaz alcanzaré la meta antes que ellos.

Octava vara: el valor de la amistad. Saber estar, saber amoldarte y seguir la estela. Dar al amigo o al compañero ese impulso de ilusión y de esperanza; solo cuando lo necesita, no importan tus razones, solo importa lo que él necesita en ese preciso momento. Mantenerte un paso atrás pero que él sepa que estas allí.

Novena vara: el fruto del valor. Valor para comprometerme con un sueño, arriesgar la vida y el bienestar por un proyecto de vida; luchar para que la utopía no se transforme en quimera... y si fracaso lo volveré a intentar. Lucharé contra los "dream eaters", los ladrones de sueños, los que pronostican mi fracaso, los que no creen en mi sueño.

Décima vara: el refugio interior. Siempre me queda mi "ego", el que nunca me decepciona, el que siempre me acoge cuando se agotan los refugios, las puertas a donde llamar, los cuerpos a quien abrazar. Siempre me queda el refugio de mis pensamientos que sin pudor comparto porque "nadie te conocerá por los pensamientos ocultos" (Gabriel García Márquez), siempre me quedará la fidelidad a mi propia esencia.

Undécima vara: no comprendo porque sigo, debe ser por amor. Esta ultima vara es la única razón que encuentro para seguir donde estoy. Cuando era más joven veía mi vida de ahora de forma distinta, me imaginaba disfrutando de una vida más sosegada, quizás más feliz. Si sigo aquí solo puede ser por amor.

Creo que a todos nos encorseta una camisa con estas mismas once varas. El equilibrio que logres mantener entre las fuerzas de cada vara definirá quién eres. Creo que la personalidad que los demás reciben de ti es el reflejo de la vara que tu hayas elegido como la más prominente; esa es tu decisión de vida y tu privilegio. La elección que hagas dará el justo valor a tu autoridad moral para influir en la sociedad que te rodea. 


Dic-2013

El Cinismo Social


Se ha puesto de moda, y se extiende como una plaga, que ciertos personajes emitan su opinión sobre la vida y las costumbre de los demás. No acabo de comprender por qué produce tanto morbo escuchar la opinión de gente con dudosas credenciales intelectuales que emiten su opinión con total descaro sobre cuestiones que afectan a la interpretación personal de la vida, de los sentimientos, de los usos y costumbres o de las creencias de los demás. Todo se mide por el rasero económico valorado en términos de audiencia de un determinado programa de televisión, oyentes de una radio, tirada de un periódico, revista o ediciones de libros de oportunidad.

Estamos perdiendo el referente intelectual de los pensadores, filósofos y teólogos, quienes lejos de interpretar o juzgar la vida de los demás comunican a quienes quieran escucharlos los resultados de sus razonamientos sobre la vida, el comportamiento social o la evolución del intelecto. Esos sabios, con mentes cultivadas por el estudio y la observación de la sociedad o de la naturaleza, reflexivos y ponderados en sus opiniones; los pensadores han dado un paso atrás, se han recluido en los rincones de sus bibliotecas alejados por la marea de opiniones vacías y oportunistas sobre los comportamientos ajenos. Echo de menos a esos intelectuales capaces de iluminar con sus reflexiones los pensamientos de aquellos que sólo queremos aprender y enriquecer nuestra cultura.

Las voces que han logrado acallar las de los pensadores han copado los espacios de los medios de comunicación; ya no es posible seguir un programa de radio o de televisión o de leer un articulo de fondo en un periódico sin sufrir la continua agresión del insistente anuncio que reclama tu atención hacia los aspectos más sórdidos de nuestra cultura. Esas voces, que a mí me suenan falsas y vacías, son las que se atreven a juzgar el comportamiento de los demás amparados por la demagógica e insultante excusa de la demanda de su público, esas voces nos hablan mientras esconden sus propias miserias al amparo del derecho a su intimidad, del carné o de la nómina de final de mes; esas voces protegen celosamente su intimidad, la intimidad que ellos son incapaces de respetar a los demás al amparo del todopoderoso derecho a la información.

Cada vez me molesta más el cinismo de la sociedad que reverencia a quien juzga los hechos que ocurren en la vida cotidiana. No importa cual sea el posicionamiento ideológico, moral o religioso del interlocutor yo le escucho porque soy un curioso del comportamiento social, pero cada vez más me molesta el cinismo con el que se emiten las opiniones sobre los comportamientos individuales de las personas.

Somos capaces de escuchar atentos a quien denuesta la infidelidad de este personaje con aquella persona sin pensar que quien nos habla con tanta vehemencia y pasión puede que nos esté moralizando mientras sigue aun caliente la cama de su amante, y recibimos constantes lecciones de ética de quien puede que aún le duela el puño que alcanzó la cara de su pareja; y somos capaces de angustiarnos con el reportaje de unos despojos humanos en un cubo de basura sin pensar que los ojos que lo han visto son los mismos que ayer leían la factura del aborto de su hija. Somos capaces de escuchar los consejos morales de un predicador que nos imparte doctrina de abstinencia sexual sin saber si quien habla está todavía gozando el fétido olor del último ano que ha penetrado o de encontrar consuelo en el hombro de aquel que está pensando como sacar mayor provecho a nuestra debilidad.

Cada vez me cuesta más encontrar alrededor de mi la mirada sincera, la voz firme, el pulso sereno de quien nada esconde porque la razón de su saber, el bagaje de su experiencia y el resultado de sus pensamientos es compartirlos con los demás como la mejor de las maneras de enriquecer su propia cultura. Del mismo modo me asombra y me ofende la osadía de quien cuestiona mi creencia en un Ser supremo desde un declarado ateísmo que es incapaz de justificar con la razón; su agnóstica postura, que puedo llegar a compartir, por su y por mi limitado entendimiento humano, incapaz de comprender todo aquello que trasciende de la experiencia, no justifica que desde su postura de ateo ideológico censure mis creencias.

Somos capaces de juzgar con cruel severidad las costumbres y actitudes de civilizaciones lejanas si difieren de las comúnmente aceptadas por el microcosmos de la sociedad que nos rodea, de la sociedad que desayuna a nuestro lado o por la que trabajamos. Tememos que el círculo social que nos rodea nos expulse si nos atrevemos a compartir una reflexión razonada o emitir una opinión de estudio o comprensión de esta o aquella costumbre, o simplemente si no vilipendiamos aquellos extraños individuos que hacen estas o aquellas – para nosotros - barbaridades.

Nuestra sociedad – los individuos que forman nuestra sociedad – nos arrogamos el derecho de juzgar a los demás y censuramos aquellos comportamientos sociales que creemos que nuestro amigo, nuestro vecino o nuestro pariente no aceptarían; no porque nosotros no los aceptemos sino porque pensamos que si lo hacemos seremos apartados del grupo. Y en esa lógica nos atrevemos a juzgar a las civilizaciones que hacen las ablaciones del clítoris a sus niñas sin saber nada – absolutamente nada – de la raíz de esa costumbre que espero que pronto sea erradicada por su propia evolución social, pero toleramos que, desde hace 3000 años, practiquemos la circuncisión de nuestros hijos varones por motivos religiosos (o dudosamente sanitarios); nos atrevemos a juzgar como bárbaros a los pueblos que abandonan a sus ancianos en el bosque para que sean pasto del lobo o sobre un témpano de hielo para que naveguen en busca de aguas más cálidas, pero abrimos el debate para la aprobación de la eutanasia justificada por nuestra discutible interpretación de una muerte digna; y criticamos a la madre hambrienta de una cultura lejana que alimenta con la carne de su hembra recién nacida a su hijo varón porque debe ser capaz de cavar el huerto, pero aprobamos el aborto para preservar la salud mental de una madre que no quiere serlo.

Cada vez me cuesta más ser cómplice de este cinismo social que nos invade. Me cuesta mucho callarme ante la demagogia política capaz de justificar hoy lo que ayer censuraba, de aquellos que imparten premio o castigo por colores, de quienes son capaces de silenciar – de hacer olvidar – sus más íntimas convicciones por inconfesables razones. No me gusta que juzgue mis convicciones quien recita las consignas de aquel que las dicta por razones políticas, quien no es capaz de decir a micrófono abierto lo que piensa en la intimidad; tampoco me gusta que el servidor público que he elegido para que administre mi bienestar abuse del conformismo de la mayoría silenciosa para satisfacer los deseos de las estridentes minorías; del mismo modo censuro al dirigente que no escucha las sinceras opiniones de sus leales colaboradores pero da oído y crédito a interesados rumores lejanos. Pero no pierdo la esperanza, porque quien sólo atiende a quién le da la razón, quien en lugar de razonar y meditar con el que le censura y critíca, lo silencia para no escuchar sus argumentos, solo puede esperar alcanzar el destino que la historia social tiene reservado a los autócratas, a los visionarios, a los demagogos y a los ignorantes poderosos.   

Si, echo de menos a los intelectuales capaces de arriesgar el eco de su palabra por la sinceridad de sus pensamientos. Qué pensaría la sociedad de quien se atreviera a razonar sobre el deseo natural de la paidofilia; y sin embargo la atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes es propia de nuestra naturaleza animal. Alguien juzgará severamente esta frase, quizás alguien que ha intentado sorprender a su hija de trece años mientras salía de la ducha o buscaba en la cola del autobús los cuerpos desinhibidos y contorneados de jóvenes adolescentes; quizás la juzgue aquel onanista que se esconde tras los juncos de una playa nudista o ese padre que besa los labios a su hijo/a y que, más allá de la muestra de cariño, recibe la punzada de la lujuria. Es nuestra inteligencia y nuestra evolución social la que nos dicta que la paidofilia está mal y así lo declaro; pero no comparto la ofendida postura que nuestra sociedad adopta frente aquellas civilizaciones que han llegado hasta nuestro mismo tiempo y espacio por un camino de evolución cultural distinto al nuestro en el que la practica de la paidofilia no solo es tolerada sino que, como muestra de buenos anfitriones, es compartida con sus más ilustres invitados.

Y por ello no me gusta el cinismo de esos mismos ilustres invitados que, de regreso a la comodidad de su sociedad, critican aquellas prácticas después de haber gozado de las carnes frescas y duras que le fueron entregadas como el mejor de los presentes en sus viajes a África, la India, el Sud-Este Asiático o las frías tierras por encima del paralelo 60º. Siento mucho haber podido ofender a algún ilustre lector con estas opiniones pero lo que a mi me ofende es que seamos tan cínicos que cerremos los ojos a esa repugnante práctica si la cultura que la practica puede aportarnos algún beneficio. Probablemente omitirán esas experiencias en sus informes de viaje y lo acallarán en los medios de comunicación si esa civilización, tan lejana de la nuestra, puede aportarnos el petróleo que necesitamos, las maderas que no tenemos, los desarrollos de soft-ware que precisamos, la pesca que hemos agotado en nuestros caladeros o si nos sirve de sumidero para nuestra chatarra o basura.

Somos demasiado cínicos. Nuestros medios de comunicación han sido capaces de modular la intensidad de las críticas a las prácticas “democráticas” de China en función de nuestro ranking en el medallero. Ni una palabra sobre Cuba, ni una simple comparación entre los presos políticos de uno y otro lado de la verja de Guantánamo. Me ofende quien enarbola cualquiera de las banderas tricolores pre-constitucionales como símbolo de un orden social diferente al que nos rige pero censura a quien defiende y postula una ideología contraria a la suya. Para mi concepción social de la vida es demasiado cínica la cómoda tolerancia que la mayoría de nuestra sociedad manifiesta hacia las minorías.

Juzgamos a las personas, a los pueblos y a las civilizaciones que cohabitan con nosotros, que comparten nuestras mismas señales de satélites, que sufren nuestra misma carencia de energía o de agua potable sin pararnos a pensar que ellos han llegado hasta nuestros mismos días por los avatares de una historia distinta que ha configurado un orden social diferente, ni mejor ni peor, solo diferente. Los censuramos y los insultamos por sus comportamientos individuales y colectivos pero ello no nos impide usar sus tecnologías para mejorar nuestro bienestar, usar sus mercados para vender nuestros productos o utilizar su sistema educativo para formar a nuestros hijos cuando el sentimiento de padre se sobrepone a los estúpidos atavismos ideológicos.

No me creo capaz – todavía – de elaborar una conclusión a estas reflexiones, mi cinismo me lo impide.

27-ago-2008

domingo, 29 de diciembre de 2013

Un cuento urbano: El tío que buscaba a su sobrino


Erase una vez un viejo ingeniero que no se resignaba a que los avances de la tecnología le arrumbaran y por ello se empeñó en comprender para después aprender a utilizar ese nuevo instrumento que se llamaba Internet. Cuando el viejo supo utilizar ese nuevo lenguaje empezó a comunicarse con sus semejantes por medio de su mudo teclado y fue así como inició su irrefrenable vocación de mantenerse cerca de los suyos y de comunicar sus pensamientos ocultos a las generaciones que le siguen.

Comenzó a recibir respuestas a las ideas que proponía desde Chile y desde Bélgica, desde Italia y desde Francia, de Barcelona, de Zaragoza, incluso del Valle de Ruesga y desde los barrios y pueblos de Madrid y fue entonces cuando comprendió que el teclado del ordenador y su pantalla no eran un arcano, un sumidero sin fondo donde se hunden las ideas y se esconden los pecados como en la rejilla del confesionario si no que abre las puertas a un mundo transparente en el cual alguien recoge tus pensamientos, los interpreta e incluso los contesta.

Resultó que un sobrino de ese viejo ingeniero le contestó, era un artista y le decía que él también estaba aprendiendo ese nuevo lenguaje con el que se escriben las web’s y que le encantaría intercambiar experiencias con el. El viejo, devoto curioso de la belleza y de la estética, se sintió alagado por las opiniones de su sobrino y le prometió que le visitaría en su nuevo estudio para conocer la realidad que inspiraba su arte y que le hacía producir las maravillosas imágenes que le había mandado por Internet. La petición rebosaba sinceridad y el compromiso del viejo estaba lleno de buenas intenciones.

Un día ese viejo ingeniero estaba triste y deprimido; queriendo ocultar su malestar se adentró por las callejuelas del viejo Madrid como tantas otras veces había hecho y ruando y ruando llegó a la Plaza de Santa Bárbara. Pensó en su sobrino y comprendió que quizás el destino le había traído hasta ese lugar para cumplir con su compromiso de visitarle. Buscó en su gastada memoria, sabía que esa era en la Plaza pero no lograba recordar el número; quizás sea el número 10 pensó; y hasta allí se encaminó.

El majestuoso y destartalado portal de finales del s. XIX, con el número diez cincelado en la piedra angular del arco, estaba abierto, era un paso de carruajes a un patio central cuyo acceso lo cerraba una cancela de madera pintada de verde con los cuarterones de cristal esmerilado. La garita del portero tenía la luz encendida pero la puerta estaba cerrada y el portero ausente; sus tímidas llamadas por el hueco de la escalera no tuvieron respuesta y las placas de bronce, de plástico y de chapa esmaltada que listaban la identidad de los inquilinos no hacían referencia a ningún fotógrafo.

El viejo ingeniero sabía que esa era la plaza, que estaba muy cerca de poder cumplir con su compromiso y decidió seguir buscando. Dos moteros del Pizzeria de al lado estaban descansando fumando un canuto en los escalones de piedra que bajaban de la acera a la calle. Los moteros quedaros sorprendidos cuando el viejo les ofreció uno de los dos botellines de agua que acababa de comprar para saciar su sed tras la larga caminata; la sorpresa se tornó en amabilidad tras aceptar el ofrecimiento pero negaron saber dónde podría haberse instalado un nuevo fotógrafo en la plaza. Los moteros le sugirieron al ingeniero que se acercara a la emblemática y clásica cervecería Santa Bárbara porque los camareros que la atienden son unos cotillas y suelen saber lo que se cuece en los alrededores de su plaza. Un camarero mal encarado recibió al viejo y este salió del local un poco malhumorado y sin haber averiguado la razón de su sobrino.

En el centro de la Plaza, junto a un banco de la arboleda, un mendigo, bajito, rechoncho de blanca barba y una mirada penetrante dividida por una nariz roja hablaba con una mujer joven y bien vestida; el ingeniero no podía oír lo que decían pero era evidente que la conversación interesaba a ambos. Se acercó discretamente y averiguó que ella era una estudiante de sociología que estaba interesada en conocer la vida de los indigentes. Después escuchar indiscretamente la conversación durante unos minutos, el ingeniero, suponiendo que el mendigo era un aborigen de la plaza, preguntó si conocía a su sobrino, lo describió con todo lujo de detalle y como un artista fotógrafo que acababa de instalarse en la plaza en un estudio a pie de calle. El mendigo escuchó atentamente al ingeniero – mientras la estudiante de sociología tomaba notas mentales – y le contestó que no, que él era un mendigo nómada que acababa de llegar hace cinco días huyendo de los calores del sur, que estaría por la plaza una semanita más y que después se encaminaría hacia tierras gallegas para pasar el verano.

El mendigo le sugirió al ingeniero que hablara con el encargado de los baños públicos que están junto a la boca del Metro porque él era el que realmente sabía todo lo que ocurre en la plaza. El ingeniero bajó las escalerillas alicatadas de los baños públicos y le embriagó la sensación de dar un salto de un siglo en la historia, tuvo la sensación que eran los escalones del túnel del tiempo que le llevarían a los albores del s. XX. Un cartel con la inscripción “este servicio público es gratuito” colgado de un cordel encima de un urinario le dio la bienvenida. La garita del encargado, hecha con materiales de fortuna en uno de los escusados y un cristal con visillo en lugar de la tabla central de la puerta, estaba vacía. Orinó, y salió al exterior. La aguda mirada del mendigo le estaba esperando mientras emergía de las escaleras y desde la lejanía de unos treinta pasos le indicó con un inequívoco gesto que buscara al encargado a las espaldas de esa misma construcción. El ingeniero obedeció las mímicas instrucciones del mendigo y girando la doble esquina no encontró al encargado de los baños públicos pero descubrió con un completísimo puesto de periódicos.

El quiosquero y su quiosco eran todo un espectáculo; todo limpio y ordenado y la calidad de la ropa que vestía el quiosquero era elegante, impoluta, de colores alegres y conjuntados; la curiosidad del ingeniero le hizo detenerse en la oferta impresa que se exponía frente a él; periódicos de todas las lenguas y naciones, la prensa europea perfectamente ordenada en sus archivadores; los chinos, japoneses, árabes y judíos solapados unos con otros mostrando sus cabeceras como los picos abiertos de los pájaros en el nido llamando la atención; los americanos e ingleses compitiendo en una sección separada y después, todos los españoles rodeando un impresionante abanico de revistas mostrando las mujeres de moda en sus portadas. Pero desgraciadamente el quiosquero tampoco sabía nada del sobrino fotógrafo.

Y así fue como el viejo ingeniero sintió la punzada del orgullo y se empeñó en encontrar el estudio de su querido sobrino. Desde la privilegiada posición del quiosco oteo toda la plaza; a la derecha había vallas de obras en la acera y una sucursal del banco BBV, le vino a la mente una vieja canción de un cantautor de moda y decidió recorrer todos los portales empezando por la izquierda. La portera del numero 6 le recibió con un vestido de bata de tela estampada abotonada desde el cuello hasta un palmo por debajo de la rodilla; “…y como dice que se llama su sobrino” le preguntó; y el viejo le contestó Pasquale Caprile;  “…hay señoriíto, le dijo, no me diga que es hermano del modisto”, a lo cual el viejo le contestó afirmativamente, que eran dos hermanos artistas con una sensibilidad muy especial por la belleza.

La portera inició entonces un largo monólogo con el viejo ingeniero, le contó que era una modista que ya no podía trabajar por problemas en la espalda; qué se sentaba en su portal recordando cuando en la acera de enfrente de la plaza había uno de los talleres de costura más importantes del Madrid de la primera mitad del siglo XX; que desde el balcón de su casa veía los desfiles de moda que en la primavera y en el otoño se hacían en el centro de la plaza; que ahora desde su portería veía pasar muchas veces al modisto Lorenzo delante de ella porque vivía por allí cerca y que nunca se había atrevido a pararle para decirle que era una enamorada de su trabajo. Le dijo que tenía el corazón lleno de gozo por saber que iba a ser vecina de su hermano Pasquale, otro artista y además fotógrafo pero que desgraciadamente no sabía donde se estaba instalando. La mujer quedó tan consternada por no saberlo que el ingeniero le prometió que si lo averiguaba se lo vendría a contar.

El ingeniero cruzó de nuevo la plaza y fue al portal número 1; el portero de chaquetilla azul levantó la vista sobre sus quevedos y se levanto tan ágil y solícito que dejó sorprendido al visitante. No solo sabía la respuesta de dónde se estaba instalando Pasquale sino que se disponía a acompañarle hasta su mismísimo estudio; “…es aquí al lado, en el portal número 3, el que está en obras”.  La frustración fue total cuando dos candados uno en la verja de obra y otro en el portal de madera impedían la entrada. En el camino de regreso al portal del número 1 el portero le decía al ingeniero lo contento que estaba de ver como gente como Pasquale vinieran a Santa Bárbara para devolver el lustre y el esplendor a su maravillosa plaza y el ingeniero decidió cumplir la promesa de anunciar a la portera del número 6 dónde estaba el estudio de Pasquale Caprile.

Y así termina el cuento del viejo ingeniero que buscaba a su sobrino artista y que no lo encontró pero que en el camino conoció las intimidades de la plaza de Santa Bárbara de Madrid y de su gente.
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Viernes, 18 de junio de 2004


domingo, 22 de diciembre de 2013

Sobre la Bio-Trónica

Cuando la ciencia establezca la relación entre la energía del mundo físico (material) y la energía del psico,  es decir, de la mente, del pensamiento, habremos llegado a la formulación de la Bio-Tronónica.
Entonces desarrollaremos la tecnología para que la Humanidad saque el provecho de esa nueva "dimensión" de la energía.
Si esto ocurre - corrijo - cuando esto ocurra, porque es inevitable que ocurra, entonces se producirá un nuevo "leap" en la historia de la humanidad.
Abandonaremos nuestra existencia basada en el razonamiento y alcanzaremos el estado de la "existencia cognitiva".
Pasado = Existencia Natura (desde el origen de hombre hasta 5.000 a.C.)
Presente = Existencia Razonada (desde 5.000 a.C. hasta la Bio-Tronica)
Futuro = Existencia Cognitiva (el uso y utilización de la Bio-Trónica)
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La Verdad No Es Incómoda

Todos tienen su razón en lo que dicen y defienden cuando hablan de la Naturaleza, todo depende de cómo se quiera comunicar que el desarrollo de la especie humana sobre la faz del planeta Tierra influye sobre la propia naturaleza de la tierra.


Las incomodas verdades o simplemente la constatación de nuestra realidad como especie que influye en la evolución de la Naturaleza puede transmitirse entre individuos y comunicarse a la sociedad de muchas maneras posibles; se puede transmitir desde el rigor científico entre la minoría de individuos capaces de interpretar los parámetros técnicos o, coloquialmente, de forma divulgativa, esa misma realidad se puede transmitir como la traducción que los comunicadores hacen de esos mismos parámetros a un lenguaje capaz de ser entendido por una mayoría de la sociedad que no tiene la obligación de saber valorar ni ponderar los parámetros que se le comunican.

Hay muchos ejemplos en la sociedad moderna de cómo un mismo hecho científico puede ser interpretado por la sociedad cómo una oportunidad para el progreso colectivo o cómo una amenaza a la sociedad en función de cómo los comunicadores hayan traducido el valor de los parámetros de ese hecho científico. El ejemplo más paradigmático probablemente lo tengamos en nuestra vieja Europa cuando comparamos a Francia con España en el tratamiento de dos avances tecnológicos: a) el aprovechamiento pacifico de la energía nuclear y b) el aprovechamiento de los recursos hídricos.

Mientras que los franceses comunicaban a su revolucionaria juventud – recordemos el mayo del 68 – que la energía nuclear representaba la independencia de su país del imperialismo que controlaba el petróleo, en España se comunicaba a la taimada juventud de finales de los 60’s y los 70’s los grandes peligros de la energía nuclear, de su innecesario desarrollo porque la demanda energética del país sería suficientemente satisfecha, primero con los recursos hídricos que nos brindaba la orografía de nuestra tierra, después con los casi-inagotables yacimientos de carbón de León, Asturias y Galicia y por último con las prometedoras explotaciones de petróleo y gas-natural que se empezaban a desarrollar en Burgos y otras provincias.

Diez años más tarde, en España lucíamos la pegatina de “¿Nuclear? – no, gracias” en los parachoques de los coches mientras hacíamos funcionar nuestras fabricas y hoteles con la electricidad importada desde Francia y producida en centrales térmicas-nucleares. El nivel de desarrollo de España de los próximos quince o veinte años será el que nos permita tener los países que nos venderán la energía que necesitaremos para nuestro desarrollo, porque de ellos dependerá la cantidad que nos quieran vender y el precio al que nos la quieran cobrar. Francia sin embargo es, hoy por hoy, energéticamente autosuficiente y los franceses son los dueños de su propio desarrollo.

El otro ejemplo de los grandes errores en la comunicación de la información científica lo encontramos en la opinión social sobre la administración de los recursos hidráulicos. Francia ha sabido conectar con canales sus cuencas hidrográficas hasta el punto de poder navegar desde Atlántico al Mediterráneo por canales fluviales mientras que en España no permitimos que nuestras provincias secas puedan utilizar el agua que vierten al mar los ríos de las provincias húmedas. Si comparamos los recursos hídricos de España y Francia salimos bastante mal parados, porque aunque somos dos países con parecidas densidades demográficas - entorno a los 90 habitantes por kilómetro cuadrado - nos diferencian dos hechos estructurales de gran relevancia energética: el primero es que los 64 millones de franceses viven a una altitud media de 60 metros sobre el nivel del mar mientras que los 44 millones de españoles habitamos a una altitud media de 500 metros sobre el nivel del mar y, el segundo factor diferenciador es que, los 5.600 Kilómetros de los 9 mayores ríos de España transportan de media 2.120 m3/s (metros cúbicos de agua por segundo) mientras que los 4.900 Kilómetros del mismo número de ríos franceses transportan 6.760 m3/s, es decir, los ríos franceses tienen un caudal de agua 3 veces mayor que los ríos españoles.

Aunque intuitivamente puede comprenderse la importancia energética de estos datos, conviene que reflexionemos sobre el hecho geofísico (físico y geográfico) que en España el agua para nuestro consumo diario deba estar disponible 500 metros más arriba de lo que debe estar en Francia y que disponer de un litro de agua a esa altura es lo mismo que subir un kilo a esa altura y, energéticamente eso quiere decir, que cada litro de agua que consumimos en España tiene 500 Kgm (Kilogrametros) más de energía que si se consume en Francia. La consecuencia de este dato es que como los 44 millones de Españoles consumimos una media de 250 litros (Kilos) de agua por persona al día, los españoles derraman diariamente por las alcantarillas 44 x 250 x 500 = 5.500.000 millones de Kgm (15 millones de Kilovatios/hora) de energía potencial más que los franceses solo por el hecho de disponer diariamente de agua en las tuberías. Es decir, un país como España que tiene unos recursos energéticos limitados, unos recursos hídricos escasos y que, para ofrecer a sus ciudadanos el servicio del agua corriente, tiene que dedicar diariamente un exceso de energía equivalente al consumo diario de 5 millones de coches más que su vecino del Norte, se permite el lujo de educar a su ciudadanía en contra de la energía nuclear y en contra del aprovechamiento racional de los cauces de sus ríos y la distribución de un pequeño porcentaje de los caudales de agua que son derramados al mar.

A mi me parece que en España hemos desenfocado el debate social que cultivamos sobre estos temas y que dedicamos nuestros mayores esfuerzos y los de mayor calidad de comunicación a asuntos de muy escaso recorrido temporal mientras que los grandes temas como los recursos energéticos, la alimentación, la educación o la sanidad se soslayan o se utilizan como instrumentos de controversia política en lugar de ser los temas para un consenso de Estado que como ciudadano echo de menos.

Volviendo al planteamiento inicial de este ensayo, todos los que estudiamos, hablamos o escribimos sobre la influencia del hombre en la Naturaleza tenemos nuestra razón. Pero lo importante es saber qué es lo que hay que informar y como se comunica a una sociedad que no tiene la obligación de saber interpretar los parámetros físico-químicos que intervienen en esa evolución. La información que recientemente hemos recibido en “Una Verdad Incomoda” es cierta, no voy a ser yo el que la desmienta, pero el problema es que no es toda la verdad y no es solo la verdad. Lo mismo ha ocurrido hace 5 años con la dialéctica utilizada contra el plan Hidrológico Nacional y los contenidos del Libro Blanco del Agua para luchar contra el trasvase del Ebro y lo mismo sucedió hace 50 años para argumentar en contra del desarrollo para la utilización pacifica de la energía nuclear.

Creo que debemos preguntarnos permanentemente qué debemos comunicar y para qué. Podemos ser más “papistas que el papa” y luchar contra la energía nuclear para acabar comprando a nuestro vecino la electricidad producida por la tan denostada energía nuclear; también podemos renunciar al trasvase del Ebro para terminar produciendo, en Murcia y en Almería, agua desalada en plantas que consumen la energía que no tenemos y también podemos flagelarnos todas las mañanas en el coche mientras oímos la radio en el embotellamiento cotidiano e ir corriendo a comprar el libro del último gurú para enseñárselo a nuestros hijos y ser los más modernos de la oficina; pero la verdad, la cruda realidad es que las sociedades que crean riqueza, cuyas economías están basadas en incorporan valor añadido a las materias primas, las que son capaces de hacer avanzar a la especie humana hacia comportamientos sociales cada vez más cultos y civilizados y por ende, las más preocupadas por la conservación del Medio-Ambiente y de la Naturaleza, son las sociedades que se han permitido a si mismas utilizar la energía nuclear y han aprovechado mejor los recursos naturales a su alcance para su propio beneficio y progreso.

Creo que abordar estos temas de forma colectiva es bueno para el progreso y la cultura, pero creo que debe hacerse desde un cierto egoísmo de Estado. También creo que un país como el nuestro que no tiene recursos energéticos propios debe fomentar el uso pacífico de la energía nuclear; creo que no debe desgastarse en rencillas de vecindad sobre los escasos recursos hídricos que dispone y creo que tampoco debe fomentar un catastrofismo climático sobre el cual su capacidad de influencia es nula. Las sociedades pueden permitirse el lujo de ser generosamente románticos con aquellos parámetros que no tienen influencia en el bienestar de sus ciudadanos pero pretender ser el adalid del progreso cuando la capacidad de su desarrollo depende de terceros o mientras su capacidad para generar riqueza está basada en el sector de los servicios que vende a esos mismos terceros es simplemente, como Estado, una postura absurda y pretenciosa.

Estamos en los albores de un nuevo ciclo geológico de glaciación, el último ocurrió hace 20.000 años y hemos aprendido de la Naturaleza que el planeta Tierra – pronto, en los próximos 1.000 o 2.000 años – dejará sentir sobre su corteza la sinusoide del próximo ciclo glaciar de forma acelerada. Mientras tanto, nos resignaremos a que alguien gane dinero vendiendo una visión catastrofista de nuestro bienestar y seguiremos contribuyendo al sostenimiento del IPCC de la ONU (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) mientras no encontremos una mejor ocupación para los más de 1.000 funcionarios que lo componen.
28-oct-2007