Cuando un hijo no guarda el debido
decoro en su actitud de vida, se viste de forma inapropiada y con aspecto
desaliñado, cuando un hijo responde desairadamente a las observaciones de quien
le quiere, le espera y le recibe y cuando un hijo no aprecia la intención de
las palabras ni la de los gestos y reacciona con desprecio y sin respeto hacia los
consejos de sus superiores en rango o condición, entonces se deduce que él no
tiene la culpa de su comportamiento social, ha sido su padre quien ha fracasado
en su misión de educador.
Cuando un padre, preocupado por
la educación de sus hijos, reclama de ellos la debida atención en las cosas
importantes para la vida académica y del trabajo y cuando insiste en la
importancia de alcanzar el reconocimiento curricular de los estudios realizados
y el significado del respeto hacia la jerarquía profesional en su trabajo y
recibe como respuesta al primero la más genuina manifestación de desinterés y
observa en el segundo que trata a sus superiores por igual, entonces el padre
se da cuenta que ha fracasado en su misión de enseñar a sus hijos los
principios éticos en los que se basa el orden de la familia y del trabajo.
Cuando una familia no puede
articularse entorno a un mismo tronco de valores, con independencia de las
ideologías, y cada individuo progresa dando a sus actos prioridades éticas
distintas e irreconocibles entre ellos y, la salvia del respeto deja de fluir,
la orgullosa defensa de sus orígenes se difumina, la defensa del patrimonio
común se relaja y el egoísmo personal prevalece sobre la utopía de grupo,
entonces el padre reconoce su fracaso en la misión de mantener vivo el tronco
familiar y muere; y cada individuo, para sobrevivir, deberá hacer germinar su
propia especie sobre un conjunto de valores distinto.
11-ago-2008
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