Las relaciones humanas, y entre ellas también las relaciones familiares, pasan por momentos difíciles que normalmente se superan aderezando la buena voluntad de las partes con grandes dosis de amor, comprensión y generosidad. Suele ocurrir que cuando las relaciones personales atraviesan momentos de menor empatía te encuentras a ti mismo razonando, en calladas conversaciones con tu interior, sobre los pliegues más oscuros de las personalidades de los hombres y mujeres que componen la humanidad que te rodean y que, a la postre, es quien ha modelado tu vida en la forma como la vives. También ocurre que nuestras relaciones cotidianas se basan esencialmente en las facetas más amables de nuestra personalidad, aquellas que se manifiestan en las soleadas y templadas laderas de la vida mientras tratamos de ocultar en el fondo del valle aquellas debilidades, vicios o atavismos que nos avergüenzan.
Somos conscientes de quién somos y del engaño que el
espejo de la sociedad refleja de nuestra personalidad; con toda nuestra carga
de virtudes y de vicios, de pecados y de arrepentimientos, de ética y de moral,
de valor y cobardía, podemos engañar a los demás pero difícilmente nos
engañamos a nosotros mismos; a la postre, siempre sabemos cuando hemos obrado
bien o mal independientemente de lo que consigamos que refleje nuestro
comportamiento social.
Cuando llegan los momentos trascendentes de la vida,
esos pocos momentos de la existencia en los que reflexionas sobre la vida y la
muerte, sobre actuar por el sentimiento o por la conveniencia o la oportunidad,
cuando razonas sobre la diferencia entre el amor y la pasión, sobre la
generosidad y la codicia, sobre el trabajo y la necesidad, sobre la penitencia
y el perdón, cuando llegan esos momentos es cuando nos manifestamos en la total
dimensión de nuestra personalidad y fijamos la intima y sincera prioridad
que damos a los valores que reconocemos en nuestra personalidad.
Afortunadamente los malos tiempos son pasajeros, duran
lo que el destino, la suerte y la inteligencia quieran que dure, pero sabiendo
que el trabajo y la honestidad personal siempre tienen su recompensa y que cuando llega la
bonanza se devuelve a la vida el sosiego en las relaciones humanas; pero ocurre que
mientras tanto ya has escudriñado las cuevas más oscuras en los valles de las
personas que te rodean y, aunque después te arrepientas, has enriquecido tu
conocimiento sobre la sociedad que absorbe tu vida; te ha fortalecido y, aunque
hayas pagado un precio alto por la enseñanza, has aprendido que la bondad y la
generosidad son virtudes confesables pero que las sentimos como debilidades en
nuestro egoísmo.
Hace más de 20 años, a raíz de la muerte de mi madre,
inicié este pequeño ensayo sobre las varias personalidades que afectan y regulan las
relaciones humana. Tenía notas sueltas y deslavazadas sobre este asunto pero me faltaba el aglutinante de las ideas; una larga y
serena conversación con una persona muy querida ha servido de catalizador para iniciar la reacción que se produce entre sus elementos y comprender aquello que había observado
durante estos años. Todo ello pretendo reflejarlo en este breve ensayo escrito en primera
persona.
Me observo y veo un fuste mórbido que solo puede mantenerse erguido por la fuerza que
le proporciona la camisa de once varas que le abraza. Once formas de ser, once ego's que he identificado y que impúdicamente describo aquí.
Quizás me meta en "camisa de once varas" con
estas reflexiones porque quizás ni mis hijos, ni las personas que quiero, amo y
necesito a mi lado comprendan estos pensamientos por mi incapacidad de
trasmitirlos en la justa dimensión que mis sentimientos me dicta. Son once las
varas de la camisa que me encorseta pero son las varas que me dan la fuerza
para vivir. No podría vivir sin ellas aunque algunas me duelan y me atormenten.
Once formas de vida, algunas vividas y otras observadas en el gozo y el
sufrimiento que vive la sociedad que me acoge.
Primera vara: lo que quise ser pero no soy, lo que quise hacer pero no hice. Ya se acabó el tiempo, ya nunca podré ni serlo ni
hacerlo. Me enfrenté a decisiones trascendentes en mi vida, pude obrar con
humildad en favor del conjunto pero dejé que mi orgullo, la ambición y el
egoísmo vencieran mi voluntad y con mis actos violenté a la sociedad que me
hizo ser lo que soy.
Segunda vara: lo que conseguí por ambición.
Nunca supe ni lo que tuve ni lo que
tengo. Obsesionado por tener y por poseer dejé de disfrutar del placer de
compartir. De qué me sirve poseer lo que no se que poseo si no lo puedo
compartir, de qué me sirve comprar lo que no necesito si no lo puedo disfrutar.
Tercera vara: la osada libertad o mejor dicho, la libertad ganada con osadía. Pude ser
líder, pero me dio miedo la responsabilidad de serlo. Disfruto de una libertad
domada - quizás dominada - por la necesidad de mi cómodo bienestar, solo amo a
quien quiero amar, solo respeto a quien necesito respetar.
Cuarta vara:
saber dar lo que no cuesta. A nadie engaño con mi falsa
generosidad, regalo tiempo y consejos cuando sé que se me devolverán con creces
y solo doy lo que me cuesta más mantener. Dialogante, flexible como el junco,
recibo los argumentos no para aprender ni compartirlos sino para rebatirlos con
melosa suficiencia.
Quinta vara: el precio de la intolerancia.
El convencimiento de que tu inteligencia te dicta los argumentos y te da la
razón, por encima de cualquier otra consideración, tiene un precio: la
incomprensión, el aislamiento y la callada dedicación al estudio que satisface
tu curiosidad; busco en la Ciencia y en la Historia el saber desde el cosmos hasta
la poesía, desde el fanatismo hasta el erotismo.
Sexta vara: el
valor del sacrificio. Sacrificio callado y resignado, la entrega a la causa
del amor, la devota dedicación a la familia. Cómplice de inconfesables
comportamientos, custodio de arcana información que vas acumulando en tu
interior venciendo cada día el deseo de liberarte de tan pesada carga.
Séptima vara: el fruto de la constancia. Llegar a la meta solo lo consigo cuando pongo en
valor la fuerza de la constancia y la tenacidad. ¡Cuanto me cuesta! pero
experiencia tras experiencia compruebo que ésta es la vara que me hace
conseguir los objetivos. No importa si compito con los más listos o los más
audaces, si soy constante y tenaz alcanzaré la meta antes que ellos.
Octava vara: el valor de la amistad. Saber estar, saber amoldarte y seguir la estela. Dar
al amigo o al compañero ese impulso de ilusión y de esperanza; solo cuando lo
necesita, no importan tus razones, solo importa lo que él necesita en ese
preciso momento. Mantenerte un paso atrás pero que él sepa que estas allí.
Novena vara: el fruto del valor. Valor para comprometerme con un sueño, arriesgar la
vida y el bienestar por un proyecto de vida; luchar para que la utopía no se
transforme en quimera... y si fracaso lo volveré a intentar. Lucharé contra los
"dream eaters", los ladrones de sueños, los que pronostican mi
fracaso, los que no creen en mi sueño.
Décima vara: el refugio interior. Siempre
me queda mi "ego", el que nunca me decepciona, el que siempre me
acoge cuando se agotan los refugios, las puertas a donde llamar, los cuerpos a
quien abrazar. Siempre me queda el refugio de mis pensamientos que sin pudor
comparto porque "nadie te conocerá por los pensamientos ocultos" (Gabriel
García Márquez), siempre me quedará la fidelidad a mi propia
esencia.
Undécima vara: no comprendo porque sigo, debe ser por amor. Esta ultima
vara es la única razón que encuentro para seguir donde estoy. Cuando era más
joven veía mi vida de ahora de forma distinta, me imaginaba disfrutando de una
vida más sosegada, quizás más feliz. Si sigo aquí solo puede ser por amor.
Creo que a todos nos encorseta una camisa con estas
mismas once varas. El equilibrio que logres mantener entre las fuerzas de cada vara definirá quién eres. Creo que la personalidad que los demás reciben de ti es el reflejo de la vara que tu hayas elegido como la más prominente; esa es tu decisión de vida y tu privilegio. La elección que hagas dará el justo valor a tu autoridad moral para influir en la sociedad que te rodea.
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