Todos tienen su razón en lo que dicen y defienden cuando hablan de la Naturaleza, todo depende de cómo se quiera comunicar que el desarrollo de la especie humana sobre la faz del planeta Tierra influye sobre la propia naturaleza de la tierra.
Las incomodas verdades o simplemente la constatación de nuestra realidad como especie que influye en la evolución de la Naturaleza puede transmitirse entre individuos y comunicarse a la sociedad de muchas maneras posibles; se puede transmitir desde el rigor científico entre la minoría de individuos capaces de interpretar los parámetros técnicos o, coloquialmente, de forma divulgativa, esa misma realidad se puede transmitir como la traducción que los comunicadores hacen de esos mismos parámetros a un lenguaje capaz de ser entendido por una mayoría de la sociedad que no tiene la obligación de saber valorar ni ponderar los parámetros que se le comunican.
Hay muchos ejemplos en la sociedad moderna de cómo un mismo hecho científico puede ser interpretado por la sociedad cómo una oportunidad para el progreso colectivo o cómo una amenaza a la sociedad en función de cómo los comunicadores hayan traducido el valor de los parámetros de ese hecho científico. El ejemplo más paradigmático probablemente lo tengamos en nuestra vieja Europa cuando comparamos a Francia con España en el tratamiento de dos avances tecnológicos: a) el aprovechamiento pacifico de la energía nuclear y b) el aprovechamiento de los recursos hídricos.
Mientras que los franceses comunicaban a su revolucionaria juventud – recordemos el mayo del 68 – que la energía nuclear representaba la independencia de su país del imperialismo que controlaba el petróleo, en España se comunicaba a la taimada juventud de finales de los 60’s y los 70’s los grandes peligros de la energía nuclear, de su innecesario desarrollo porque la demanda energética del país sería suficientemente satisfecha, primero con los recursos hídricos que nos brindaba la orografía de nuestra tierra, después con los casi-inagotables yacimientos de carbón de León, Asturias y Galicia y por último con las prometedoras explotaciones de petróleo y gas-natural que se empezaban a desarrollar en Burgos y otras provincias.
Diez años más tarde, en España lucíamos la pegatina de “¿Nuclear? – no, gracias” en los parachoques de los coches mientras hacíamos funcionar nuestras fabricas y hoteles con la electricidad importada desde Francia y producida en centrales térmicas-nucleares. El nivel de desarrollo de España de los próximos quince o veinte años será el que nos permita tener los países que nos venderán la energía que necesitaremos para nuestro desarrollo, porque de ellos dependerá la cantidad que nos quieran vender y el precio al que nos la quieran cobrar. Francia sin embargo es, hoy por hoy, energéticamente autosuficiente y los franceses son los dueños de su propio desarrollo.
El otro ejemplo de los grandes errores en la comunicación de la información científica lo encontramos en la opinión social sobre la administración de los recursos hidráulicos. Francia ha sabido conectar con canales sus cuencas hidrográficas hasta el punto de poder navegar desde Atlántico al Mediterráneo por canales fluviales mientras que en España no permitimos que nuestras provincias secas puedan utilizar el agua que vierten al mar los ríos de las provincias húmedas. Si comparamos los recursos hídricos de España y Francia salimos bastante mal parados, porque aunque somos dos países con parecidas densidades demográficas - entorno a los 90 habitantes por kilómetro cuadrado - nos diferencian dos hechos estructurales de gran relevancia energética: el primero es que los 64 millones de franceses viven a una altitud media de 60 metros sobre el nivel del mar mientras que los 44 millones de españoles habitamos a una altitud media de 500 metros sobre el nivel del mar y, el segundo factor diferenciador es que, los 5.600 Kilómetros de los 9 mayores ríos de España transportan de media 2.120 m3/s (metros cúbicos de agua por segundo) mientras que los 4.900 Kilómetros del mismo número de ríos franceses transportan 6.760 m3/s, es decir, los ríos franceses tienen un caudal de agua 3 veces mayor que los ríos españoles.
Aunque intuitivamente puede comprenderse la importancia energética de estos datos, conviene que reflexionemos sobre el hecho geofísico (físico y geográfico) que en España el agua para nuestro consumo diario deba estar disponible 500 metros más arriba de lo que debe estar en Francia y que disponer de un litro de agua a esa altura es lo mismo que subir un kilo a esa altura y, energéticamente eso quiere decir, que cada litro de agua que consumimos en España tiene 500 Kgm (Kilogrametros) más de energía que si se consume en Francia. La consecuencia de este dato es que como los 44 millones de Españoles consumimos una media de 250 litros (Kilos) de agua por persona al día, los españoles derraman diariamente por las alcantarillas 44 x 250 x 500 = 5.500.000 millones de Kgm (15 millones de Kilovatios/hora) de energía potencial más que los franceses solo por el hecho de disponer diariamente de agua en las tuberías. Es decir, un país como España que tiene unos recursos energéticos limitados, unos recursos hídricos escasos y que, para ofrecer a sus ciudadanos el servicio del agua corriente, tiene que dedicar diariamente un exceso de energía equivalente al consumo diario de 5 millones de coches más que su vecino del Norte, se permite el lujo de educar a su ciudadanía en contra de la energía nuclear y en contra del aprovechamiento racional de los cauces de sus ríos y la distribución de un pequeño porcentaje de los caudales de agua que son derramados al mar.
A mi me parece que en España hemos desenfocado el debate social que cultivamos sobre estos temas y que dedicamos nuestros mayores esfuerzos y los de mayor calidad de comunicación a asuntos de muy escaso recorrido temporal mientras que los grandes temas como los recursos energéticos, la alimentación, la educación o la sanidad se soslayan o se utilizan como instrumentos de controversia política en lugar de ser los temas para un consenso de Estado que como ciudadano echo de menos.
Volviendo al planteamiento inicial de este ensayo, todos los que estudiamos, hablamos o escribimos sobre la influencia del hombre en la Naturaleza tenemos nuestra razón. Pero lo importante es saber qué es lo que hay que informar y como se comunica a una sociedad que no tiene la obligación de saber interpretar los parámetros físico-químicos que intervienen en esa evolución. La información que recientemente hemos recibido en “Una Verdad Incomoda” es cierta, no voy a ser yo el que la desmienta, pero el problema es que no es toda la verdad y no es solo la verdad. Lo mismo ha ocurrido hace 5 años con la dialéctica utilizada contra el plan Hidrológico Nacional y los contenidos del Libro Blanco del Agua para luchar contra el trasvase del Ebro y lo mismo sucedió hace 50 años para argumentar en contra del desarrollo para la utilización pacifica de la energía nuclear.
Creo que debemos preguntarnos permanentemente qué debemos comunicar y para qué. Podemos ser más “papistas que el papa” y luchar contra la energía nuclear para acabar comprando a nuestro vecino la electricidad producida por la tan denostada energía nuclear; también podemos renunciar al trasvase del Ebro para terminar produciendo, en Murcia y en Almería, agua desalada en plantas que consumen la energía que no tenemos y también podemos flagelarnos todas las mañanas en el coche mientras oímos la radio en el embotellamiento cotidiano e ir corriendo a comprar el libro del último gurú para enseñárselo a nuestros hijos y ser los más modernos de la oficina; pero la verdad, la cruda realidad es que las sociedades que crean riqueza, cuyas economías están basadas en incorporan valor añadido a las materias primas, las que son capaces de hacer avanzar a la especie humana hacia comportamientos sociales cada vez más cultos y civilizados y por ende, las más preocupadas por la conservación del Medio-Ambiente y de la Naturaleza, son las sociedades que se han permitido a si mismas utilizar la energía nuclear y han aprovechado mejor los recursos naturales a su alcance para su propio beneficio y progreso.
Creo que abordar estos temas de forma colectiva es bueno para el progreso y la cultura, pero creo que debe hacerse desde un cierto egoísmo de Estado. También creo que un país como el nuestro que no tiene recursos energéticos propios debe fomentar el uso pacífico de la energía nuclear; creo que no debe desgastarse en rencillas de vecindad sobre los escasos recursos hídricos que dispone y creo que tampoco debe fomentar un catastrofismo climático sobre el cual su capacidad de influencia es nula. Las sociedades pueden permitirse el lujo de ser generosamente románticos con aquellos parámetros que no tienen influencia en el bienestar de sus ciudadanos pero pretender ser el adalid del progreso cuando la capacidad de su desarrollo depende de terceros o mientras su capacidad para generar riqueza está basada en el sector de los servicios que vende a esos mismos terceros es simplemente, como Estado, una postura absurda y pretenciosa.
Estamos en los albores de un nuevo ciclo geológico de glaciación, el último ocurrió hace 20.000 años y hemos aprendido de la Naturaleza que el planeta Tierra – pronto, en los próximos 1.000 o 2.000 años – dejará sentir sobre su corteza la sinusoide del próximo ciclo glaciar de forma acelerada. Mientras tanto, nos resignaremos a que alguien gane dinero vendiendo una visión catastrofista de nuestro bienestar y seguiremos contribuyendo al sostenimiento del IPCC de la ONU (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) mientras no encontremos una mejor ocupación para los más de 1.000 funcionarios que lo componen.
28-oct-2007
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