sábado, 2 de noviembre de 2013

La Falacia de la Reducción de Plantillas

Regular la bondad de la Cuenta Económica de las empresas, especialmente la de las empresas industriales, utilizando la reducción de las plantillas como elemento regulador y pretender que ese sea el mejor método para sanear su economía es, posiblemente, la gran falacia empresarial de nuestro sistema de generación de riqueza.

La reducción de personal en un sistema productivo pone de manifiesto algunas evidencias, de las cuales, la más notable es la incompetencia de la dirección ejecutiva de la empresa para cumplir con la misión social que el empresario ha asumido voluntariamente. Sorprende que la sociedad asuma con tanta indiferencia que las empresas presenten expedientes de regulación de empleo –los tan famosos ERE− cuando estos representan la mayor y más degradante agresión al progreso de la propia sociedad. La reducción de plantilla en los sistemas productivos no solo reduce la capacidad de generar valor añadido en el sector industrial sino que destruye una alícuota parte de la capacidad de consumo del tejido social y por lo tanto atacan al bienestar en su línea de flotación.

Hay otras evidencias que se manifiestan en una indeseada reducción de plantilla, todas ellas concatenadas entre si, como son la obsolescencia del sistema de gestión, el desatino en la justa remuneración del trabajo, la incapacidad de delegar y reclamar responsabilidades, el exceso de los costes no directos o de los gastos estructurales no necesarios; todas ellas y otras más son, en gran medida, derivadas de la más evidente, la incapacidad de la dirección de la empresa de ejercer su trabajo de forma responsable y competente.

Si analizamos el escandallo de los productos industriales podemos observar que el peso del coste empresarial de la mano de obra sobre el coste total del producto “ex−work” oscila entre el 5 y el 15% para la mayoría de los productos y raramente alcanza el 20% en aquellos productos considerados como “labor−intensive”. Es paradójico que los segundos los solemos importar de los países que los producen para lanzar sus economías mientras que preñamos el coste de los primeros con escandalosos costes indirectos que no son más que la evidencia de nuestra propia falta de rendimiento productivo (eficiencia).

Todos los días podemos leer en la prensa que las autoridades competentes han aprobado un ERE sobre –más o menos− el 15% de la plantilla de alguna empresa. Supongamos que el coste del producto de esa empresa es 100 y que el peso del coste de la mano de obra en su escandallo es del 20%; pues bien, en un caso tan normal y extendido como este, la reducción del coste final del producto que se podrá conseguir con un ERE será un exiguo 3% (15% del 20% = 3%). Supongo que coincidirán conmigo que no es creíble ni defendible que la dirección ejecutiva de esa empresa no pueda encontrar ese 3% de reducción de coste entre los capítulos de coste (gastos) indirectos sin tener la imperiosa necesidad de agredir al tejido social de la sociedad; y como sugerencia les invito a que busquen esa reducción de coste entre los gastos personales que los directivos cargan impunemente a la empresa, los viajes personales, los cargos de sus tarjetas de crédito, las cuentas de móviles desorbitadas, las prebendas a terceros de dudosa rentabilidad, las compras innecesarias dirigidas a suministradores “amigos” y un sinfín de voces que si fueran destiladas y depuradas de las cuentas económicas de las sociedades generarían ahorros mucho más significativos que los producidos por un ERE.

Cuando una compañía aplica un ERE sobre su plantilla se produce una cadena de efectos perversos. No debemos olvidar que la misión social de las empresas es generar valor añadido para crear riqueza y bienestar social. Pues bien, cuando un trabajador sale del ciclo productivo y su sustento deja de ser generado por el valor de su trabajo y se convierte en una carga pasiva de la sociedad, ocurre que ese individuo también sale del ciclo general del consumo que es el que hace girar la rueda de la economía y se convierte, involuntariamente, en un mero generador de gasto para la sociedad.

Pero el empresario, cuando recurre a este tipo herramientas para mejorar el resultado económico de su compañía a corto plazo, no es el único responsable de esta perversión. El poder legislativo que pone a disposición de la sociedad las leyes que amparan estas prácticas mercantiles y los sindicatos que renuncian a su sagrado fin de proteger al trabajador y su trabajo son co-responsables de este sistema vicioso que se ha convertido en el caldo de cultivo de la más irresponsable picaresca.

En España hay cerca de los 500.000 trabajadores que están –mano sobre mano− afectados por expedientes de regulación de empleo. El valor añadido medio-anual del trabajo industrial en España es del orden de 30.000 € por cada trabajador. Por lo tanto, esos 500.000 trabajadores tienen un potencial de producir 15.000 millones de Euros al año, que, dicho sea de paso, buena falta nos hacen en nuestra maltrecha economía. Pero, ¿qué se necesita para que se materialice esa generación de riqueza? Pues bien, necesitamos una Administración Pública (Central, Autonómica y Local) que proporcione los cauces empresariales facilitando la implantación de industrias mediante la exoneración temporal de impuestos, la implantación de viveros empresariales y la donación de suelo industrial; unos Sindicatos que faciliten y promocionen la movilidad laboral, la flexibilidad en los calendarios laborales y que aligeren y profesionalicen sus propias estructuras; y unos Empresarios audaces y dinámicos que sepan utilizar todas las ventajas y ayudas que las leyes le proporcionan, que comprendan que los “pelotazos” son pan para hoy y hambre para mañana y que tomen conciencia de que la empresa no es su cortijo, que la Empresa es un ente vivo con personalidad jurídica propia y que ellos son solo sus administradores.

No es tan difícil, solo debemos tomar la decisión de hacerlo colectivamente y después actuar individualmente.


30 de marzo de 2011

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