El buen jardinero se
ocupa de que el agua que utiliza para regar caiga dentro del tiesto de sus flores o el alcorque de los árboles, no quiere que
el agua se derrame sobre la arena estéril o el pavimento solado. El buen
jardinero sabe que el efímero frescor que proporciona al transeúnte una acera
regada ha sido a costa de desperdiciar los ricos nutrientes que arrastra el
agua. El buen jardinero sabe que sus flores y sus árboles echarán de menos esos
nutrientes en la próxima sequía o durante el letargo del invierno. El buen
jardinero sabe que si no vigila su riego las flores acabarán prematuramente
marchitas y los árboles raquíticos serán incapaces de dar frutos y la deseada sombra.
El buen gerente, al
igual que el buen jardinero, se ocupa de “regar” la estructura de su empresa.
El buen gerente sabe que el dinero es el alimento de su bien más preciado, los
trabajadores de su empresa, porque sin ellos no tendría nada. Las
gratificaciones y los incentivos no son más que el abono que ayuda a una rápida
floración o a corregir las extremas condiciones del último estío pero sabe que
el riego constante del justo salario por el trabajo desempeñado es lo que
mantiene la empresa a flote, pujante y capaz de presentar batalla a los
competidores.
Cuando un gerente
“riega” fuera del tiesto de su empresa debe saber que es observado y juzgado
por sus empleados. Debe medir muy bien el caudal económico que derrama porque
en las empresas no hay secretos y los trabajadores saben que ese caudal que se
paga fuera de la empresa es fruto de su trabajo y que no le está siendo
remunerado. Cuando esto ocurre los árboles de la estructura se vuelven
raquíticos, el afán por el trabajo bien hecho languidece y la rentabilidad de
la sociedad entra en una diabólica espiral de ineficacia y entonces ocurre que
los pilares de la estructura buscan refugio en otras gerencias y que los
competidores otearán las plantas con buenas semillas para trasplantarlas a sus
tiestos porque por muy raquíticas que parezcan saben que con un buen riego
volverán a entregar lo mejor de si mismos.
Los trabajadores de la
empresa, lo que algunos llaman el cuerpo social de la empresa, son, al igual
que los ciudadanos respecto de sus gobernantes, mucho más listos que sus
dirigentes y saben diferenciar muy bien lo que es justo de lo injusto, lo útil
de lo inútil, lo necesario de lo superfluo y lo saben porque ellos forman parte
del mercado – son el mercado – al que su empresa abastece. Este hecho es algo
que los dirigentes olvidan con frecuencia; los dirigentes suelen hablar del
mercado como un ser individual con su propios deseos y demandas y
frecuentemente se olvidan que los trabajadores de su empresa son parte de ese
mercado, que los trabajadores de su empresa producen bienes o servicios que
ellos mismos consumen y será muy difícil que el dirigente o el gerente de la
empresa pueda enseñarle al trabajador algo sobre el comportamiento de ese
mercado porque ellos son el mercado.
Por ello, cuando los
trabajadores de las empresas perciben que con su trabajo el gerente paga bienes
o servicios ajenos a la esencia de su mercado lo primero que hacen es ponerse
en alerta, en actitud de observación y se produce algo inevitable de la
condición humana, los granos de arena se convierten en montañas; cada cual
transmite información enriquecida con su imaginación; se achacan males
presentes a hechos pasados por la intima necesidad de justificar la situación;
y también asoman a este escenario los que, aprovechando incidencias normales del
trabajo, generan bulos maldicientes para que crezca su cuota de poder o de
presencia social. Y en ese clima de
insatisfacción e inseguridad, se produce la inevitable perdida de productividad
que genera la perdida de rentabilidad que da motivo y razón a todo lo anterior.
El buen gerente, al
igual que el buen jardinero, debe preocuparse de administrar bien el capital de
la empresa y no derramar recursos fuera del tiesto. Solo así podrá justificar
que el fruto del trabajo de sus trabajadores pueda ser empleado con mesura y
pronta rentabilidad en otros fines, en iniciativas suficientemente valoradas
ajenas a su mercado natural. Son muchos los ejemplos que nuestra maravillosa
sociedad de la información nos ofrece para ilustrar estos hechos; basta
observar la actitud de los dirigentes de algunas sociedades para poder
pronosticar el destino de las empresas que dirigen.
Las grandes empresa que
presentan balances sólidos fruto de un progresivo crecimiento histórico – y no
hago ninguna observación sobre la velocidad de su crecimiento – normalmente son
dirigidas por personas que guardan una actitud social austera sin que su
austeridad en el trabajo tenga nada que ver ni con su riqueza ni con su nivel
de vida.
Sin embargo hay todo un
conjunto de empresas que están en continua turbulencia, que buscan y encuentran
refugio de supervivencia en la subvención pública cuando no en las “opas”, los
ERE o las Suspensiones de Pago; gerentes para quienes la especulación, la
picardía y el pelotazo son su forma de hacer negocio a costa de la estabilidad
de los trabajadores que le han encumbrado. Suele ocurrir que los dirigentes de
este tipo de empresas parece que sienten la necesidad, se creen en la
obligación, de estar permanentemente en el centro de la intriga política cuando
no son su mismo corazón y por ello consideran adecuado cargar a la cuenta de
resultados de la empresa gastos ajenos al desarrollo de su negocio sin reparar
que esa cuenta de resultado esta siendo alimentada por el trabajo de sus
trabajadores.
Las empresas que son
dirigidas por este tipo de dirigentes suelen acabar como los árboles del mal
jardinero, débiles y secos, esperando la llegada de un buen jardinero que los
riegue, los pode y los injerte para volver a brotar y florecer.
28/11/2008
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