Mi querida y joven amiga:
Estas radiante sentada junto a tu marido, vestida con
traje blanco, rodeada por quien te quiere en el banquete de tu boda.
Cuando supe que te casabas no pude resistir la tentación de venir a ver la
felicidad de mi más aventajada alumna.
Como un peregrino me refugié entre las columnas de la
Iglesia y te he visto avanzar hacia el altar, por la alfombra roja, del brazo de tu orgulloso
padre. Llegué a tu pueblo mientras tú aún dormías y rondé los
lugares que hace cinco años me descubrías con tus relatos después de nuestras
furtivas y apasionadas tardes. Sentido a sentido, aprendiste a desvelar los
secretos de la sensualidad, del gozo y la pasión.
Guardo todos los detalles
de tu cuerpo vivos en mi memoria; mientras reconocía los lugares de tu infancia
recordaba tus formas; mientras veía las jugosas praderas donde de niña
jugabas te imaginaba tumbada a mi lado, recorriendo tu cuerpo con mi boca y con
las yemas de mis dedos; mientras sentía el suave aire de las montañas que
alborotaba tus rizos, olía el perfume de tu pelo y el susurro de tu gozo;
mientras oía el agua del arroyo en el que por primera vez te sentiste mujer,
saboreaba tus carnosos labios.
Todo aquello que aprendiste ahora debes usarlo para
hacer muy feliz a tu marido. Él te esperaba en el altar con la mirada
limpia; te recibió con gesto seguro pero tierno, varonil pero delicado.
Él se merece que le hagas sentir todo lo que yo te he enseñado. Recuerda
que tu conocimiento sobre como manejar los sentidos es la mejor arma para que
tú seas siempre el foco de su vida, pero recuerda, él nunca ha de percibir que
le aventajas en el saber del sexo y del amor.
Muéstrale tu sensibilidad rompiendo tu pudor paciente
y delicadamente; no le escatimes placeres, entrégate con dulce pasión y exígele
su viril potencia. Guarda para él, para su disfrute, algunas formas de tu
sensual insinuación; muéstrale tu rasurado pubis y ofrécele el dulce ácido de
tu icor. No, no le escatimes los placeres que desea, te he enseñado a
entregarlos mientras los disfrutas; has aprendido a leer el maravilloso
lenguaje del instinto, no esperes a que te lo pida, pero mide tu entrega;
déjale sentir su dulce fétido olor mientras le permites que te
estremezca. Conduce sus manos por tu cuerpo hasta que te aprenda,
enséñale las claves que aprendimos juntos y guíale hasta que sepa cuando, donde
y como.
Tu sabiduría sensual es mi regalo de boda para los
dos; compártelo con él y seréis muy felices. Yo me quedo con los recuerdos de tu extrema
juventud. Cuando pasen los años y veas que tu cuerpo empieza a perder su
lozanía no dejes que se pierda tu hasta entonces secreta sabiduría; encuentra
un pupilo que lo merezca y enséñale todos los secretos que conoces.
Adiós joven alumna, estoy orgulloso de ti pero esta
será la última vez que tengas noticias de mi; no me busques entre tus
invitados, ya he marchado. Solo permíteme un último consejo, quema esta
carta.
Tu viejo maestro no te olvidará
Octubre de 2004
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