Mi problema es que al leerlo me he encontrado a mi mismo pensando en que lo que dice Umberto Eco es aplicable a todos los pueblos españoles; tanto a los pueblos secesionistas, los que buscan su independencia y consideran a España su enemiga como a los centralistas, los constitucionalistas que no permiten la existencia de esos pueblos independientes y los tachan de enemigos de la Patria.
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El enemigo para ser reconocible y temible debe estar en
casa, o en el umbral de casa. De ahí los judíos. La divina providencia nos los
ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío que temer
y odiar. Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha
dicho que el patriotismo es el refugio de los canallas: los que no tienen
principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos se
remiten siempre a la pureza de la raza. La identidad nacional es el último
recurso de los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se
funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar
el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta
alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre.
El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación
anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a
nadie toda la vida, de esta esperanza imposible nacen el adulterio, el
matricidio, la traición del amigo... En cambio se puede odiar a alguien toda la
vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio. El odio
calienta el corazón.
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