Hans
Christian Andersen, quién nació el 2 de abril de 1805 y
murió el 4 de agosto de 1875, escribió entre su larga colección de cuentos el cuento que aquí reproduzco, una autentica descripción visionaria de un futuro que si se ha producido pero mucho antes de los mil años predichos por Andersen.
Es interesante tener presentes las siguientes referencias históricas antes de leer el cuento "Dentro de Mil Años", que el primer cable
telegráfico trasatlántico submarino se tendió en 1855, que el primer vuelo
trasatlántico entre Terranova e Irlanda se hizo el 14 de junio de 1919, que los primeros síntomas de desertización de la Campagna italiana se denunciaron en 1976 y que el
túnel bajo el canal de la Mancha se abrió el 6 de mayo de 1994.
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Sí,
dentro de mil años la gente cruzará el océano, volando por los aires, en alas
del vapor. Los jóvenes colonizadores de América acudirán a visitar la vieja
Europa. Vendrán a ver nuestros monumentos y nuestras decaídas ciudades, del mismo
modo que nosotros peregrinamos ahora para visitar las decaídas magnificencias
del Asia Meridional. Dentro de mil años, vendrán ellos. El Támesis, el Danubio,
el Rin, seguirán fluyendo aún; el Mont-Blanc continuará enhiesto con su nevada
cumbre, la auroras boreales proyectarán sus brillantes resplandores sobre las
tierras del Norte; pero una generación tras otra se ha convertido en polvo,
series enteras de momentáneas grandezas han caído en el olvido, como aquellas
que hoy dormitan bajo el túmulo donde el rico harinero, en cuya propiedad se
alza, se mandó instalar un banco para contemplar desde allí el ondeante campo de
mies que se extiende a sus pies.
¡A
Europa! - exclamarán las jóvenes generaciones americanas -. ¡A la tierra de nuestros
abuelos, la tierra santa de nuestros recuerdos y nuestras fantasías! ¡A Europa!
Llega la aeronave, llena de viajeros, pues la travesía es más rápida que por el
mar; el cable electromagnético que descansa en el fondo del océano ha
telegrafiado ya dando cuenta del número de los que forman la caravana aérea. Ya
se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se vislumbra, pero los
pasajeros duermen todavía; han avisado que no se les despierte hasta que estén
sobre Inglaterra. Allí pisarán el suelo de Europa, en la tierra de Shakespeare,
como la llaman los hombres de letras; en la tierra de la política y de las
máquinas, como la llaman otros. La visita durará un día: es el tiempo que la
apresurada generación concede a la gran Inglaterra y a Escocia.
El
viaje prosigue por el túnel del canal hacia Francia, el país de Carlomagno y de
Napoleón. Se cita a Molière, los eruditos hablan de una escuela clásica y otra
romántica, que florecieron en tiempos remotos, y se encomia a héroes, vates y
sabios que nuestra época desconoce, pero que más tarde nacieron sobre este
cráter de Europa que es París.
La
aeronave vuela por sobre la tierra de la que salió Colón, la cuna de Cortés, el
escenario donde Calderón cantó sus dramas en versos armoniosos; hermosas
mujeres de negros ojos viven aún en los valles floridos, y en estrofas antiquísimas
se recuerda al Cid y la Alhambra.
Surcando
el aire, sobre el mar, sigue el vuelo hacia Italia, asiento de la vieja y
eterna Roma. Hoy está decaída, la Campagna
es un desierto; de la iglesia de San Pedro sólo queda un muro solitario, y aun
se abrigan dudas sobre su autenticidad.
Y
luego a Grecia, para dormir una noche en el lujoso hotel edificado en la cumbre
del Olimpo; poder decir que se ha estado allí, viste mucho.
El
viaje prosigue por el Bósforo, con objeto de descansar unas horas y visitar el
sitio donde antaño se alzó Bizancio. Pobres pescadores lanzan sus redes allí
donde la leyenda cuenta que estuvo el jardín del harén en tiempos de los turcos.
Continúa
el itinerario aéreo, volando sobre las ruinas de grandes ciudades que se
levantaron a orillas del caudaloso Danubio, ciudades que nuestra época no
conoce aún; pero aquí y allá - sobre lugares ricos en recuerdos que algún día saldrán
del seno del tiempo - se posa la caravana para reemprender muy pronto el vuelo.
Al
fondo se despliega Alemania - otrora cruzada por una densísima red de
ferrocarriles y canales - el país donde predicó Lutero, cantó Goethe
y donde Mozart empuñó el cetro musical de su tiempo. Nombres ilustres brillaron
en las ciencias y en las artes, nombres que ignoramos.
Un
día de estancia en Alemania y otro para el Norte, para la patria de Örsted y
Linneo, y para Noruega, la tierra de los antiguos héroes y de los hombres
eternamente jóvenes del Septentrión. Islandia queda en el itinerario de regreso;
el géiser ya no bulle, y el Hekla está extinguido, pero como la losa eterna de
la leyenda, la prepotente isla rocosa sigue incólume en el mar bravío.
¡Hay mucho que ver en Europa! - dice el joven
americano - y lo hemos visto en ocho días.
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