martes, 29 de octubre de 2013

El Compromiso

El compromiso, como la obligación contraída por la palabra dada, es probablemente el vínculo más importante que une al hombre con sus semejantes. Cuando una persona asume un compromiso con la sociedad está declarando que se dedicará, de forma responsable y solidaria, a cumplir las obligaciones contraídas por la palabra dada.

Desde esta perspectiva resulta sorprendente la ligereza con la que las personas, que de forma pública se comprometen con la sociedad, violentan su responsabilidad en el cumplimiento de su compromiso. Y me refiero no solo a los políticos, cuyo ámbito de vida se sustenta en un compromiso tan publico como un programa electoral, sino también a los empresarios cuyo compromiso se sella y firma en los estatutos de las Empresas que dirigen; también me refiero a los trabajadores y sus representantes sindicales, que tienen el compromiso de dar a su empleador el trabajo por el que se le paga y también me refiero, por ejemplo, a los hombres de las diversas iglesias que sellan sus compromisos con los votos que sus doctrinas les demandan o a los libres profesionales, que son juez y parte del valor de su aportación a la sociedad.

Cuando el pasado día 23 de diciembre leí el magistral articulo de Ignacio García de Leániz, “Réquiem por Nuestros Bancos y Cajas”, me preguntaba dónde ha quedado el compromiso contraído por el Erario Público de vigilar el patrimonio social de los ciudadanos; o dónde está el compromiso de las Instituciones Financieras de dar el justo rendimiento al capital que los ciudadanos depositaron en sus cuentas y cartillas; y dónde está el compromiso de los trabajadores de ambos sitios – Instituciones Financieras y Estado – de volcar su mejor saber y profesionalidad para que no ocurra lo que está ocurriendo.

Cuando un trabajador desarrolla su trabajo honestamente y la Empresa para la que trabaja no le paga, es una vileza; no se justifica ni por las caídas del mercado ni por los impagos de los clientes. Es un dolo del empresario por no cumplir con las obligaciones que le impone su compromiso con la Empresa. Si el mercado cae, el sistema pone al servicio de las Empresas los mecanismos reguladores necesarios para corregirlo, y es responsabilidad del administrador de la sociedad utilizar esos mecanismos de forma ágil y oportuna para que el ente “Empresa”, ese animal de vida propia, siga viviendo, creciendo y multiplicándose; y si son los clientes – privados o públicos – los que no pagan, también el sistema le ofrece los medios que se han de aplicar para recibir el cobro, porque la Empresa es un ser con personalidad propia que no entiende, ni sabe ni debe saber de los compromisos personales o políticos de su administrador.

Cosa bien distinta es cuando las personas, los trabajadores, que hacen girar las ruedas de la Empresa o del Estado no cumplen con sus compromisos, y de eso sabemos mucho en España. Las ausencias injustificadas, la dedicación del tiempo remunerado por la Empresa o por el Estado a tareas que nada tiene que ver ni con su objeto ni con su fin social; el uso y abuso de los servicios públicos o privados para cuestiones personales; la desviación de fondos para “fines inconfesables” enmascarados como inversiones estratégicas; la desidia o irresponsabilidad de los trabajadores, funcionarios y administradores, los primeros por presentar gastos y facturas personales y el último por pagarlas, que sacan a ese ente llamado Empresa o Institución Pública de los parámetros de rentabilidad y servicio para los cuales han sido diseñados.

Somos los trabajadores de este, y de cualquier otro país, los únicos capaces de generar con nuestro trabajo, valor añadido para nuestras vidas y sociedad, y somos los trabajadores, cada uno en la misión que la sociedad le ha encomendado, es decir: el político administrando y legislando sobre lo público, el empresario administrando lo privado, los trabajadores dando el trabajo y los libres profesionales vendiendo la sabiduría de su profesión, los únicos responsables de que así sea. La Empresa y las Instituciones Públicas son solo los instrumentos que la sociedad ha diseñado para encauzar nuestro trabajo hacia ese fin de una forma ordenada. Por ello lo que Ignacio García de Leániz nos desvela en su artículo nos debe hacer reflexionar, porque cuando este o aquel banco declara que tiene un agujero de mareantes cifras – algunas de ellas mayores que el presupuesto nacional de muchos Estados independientes – tenemos la tendencia de subirnos al pedestal y, como un Pilatos cualquiera lavarnos las manos, y juzgar al Banco o a la Caja de turno como si la institución fuera la responsable de tal desaguisado, sin reparar que ese banco o caja es un ser pasivo cuyo éxito o fracaso, cuyo bien-o-mal-hacer será solo y exclusivamente el que sus trabajadores, desde el presidente al botones, hayan querido, cumpliendo o no cumpliendo su compromiso.

Y esto es aplicable a la Empresa de automóviles que cierra sus puertas porque sus administradores gastaron caudales de forma inapropiada, a la tienda que echa el cierre porque su dueño no supo adecuarse al mercado, al ebanista que se jubila sin trasmitir su saber a la siguiente generación, al político que solo legisla para el voto que le afirma en su poltrona, y a todos aquellos que consiguen que la empresa pague sus gastos personales, los que llegan tarde al trabajo y después de fichar se van a desayunar, los que se montan viajes innecesarios para llevar a la familia, …y no sigo porque todos saben a lo que me estoy refiriendo.

Tenemos la tendencia de pensar que lo que nosotros hacemos esta justificado mientras criticamos – en lugar de denunciar – lo que hace el vecino, y tenemos esa tendencia porque nos sentimos en un permanente estado de culpabilidad que nos censura en nuestra intimidad.

El castellano tiene una palabra que lo define de forma magistral, los trabajadores españoles – en su más lata definición – procrastinamos en exceso, dedicamos nuestro tiempo y atención en una larga lista de actividades que nada tienen que ver con nuestras obligaciones porque no queremos, o no sabemos, afrontar nuestra responsabilidad.

Procrastinar es continuar aplazando algo que debería hacerse, a menudo porque resulta molesto o aburrido y, para acabar de matizarlo, procrastinar es algo así como dejar para otro día por pereza o desidia algo que tarde o temprano hay que hacer, y que más valdría que se hiciera pronto. Y como decía antes, los españoles procrastinamos en exceso.

El Gobierno procrastina cuando no legisla para la mayoría y dedica todo su tiempo a cuestiones que le satisfacen pero que solo interesa a unos pocos; y lo hace la Oposición cuando enfoca su labor hacia el enfrentamiento personal en lugar de estructurar y comunicar las alternativas legislativas que debe proponer a los ciudadanos; y el Banquero procrastina cuando “se divierte” en ser generoso y altruista con fundaciones que se alimentan con el dinero de sus clientes; y lo hace los clientes, que son trabajadores, cuando aportan lo mejor de si mismos en navegar por Internet, en llamar a su madre, en citarse con su novia o en estériles reuniones en lugar de ejecutar el trabajo pendiente.

Por todo ello, creo que debemos reflexionar sobre nuestra aportación a la sociedad y tomar consciencia de la situación en la que estamos. Que solo con nuestro compromiso con el trabajo podremos reponer el brillo y el esplendor al Estado que nos acoge, el que fue cuna de las más altas hazañas, de las más relevantes manifestaciones del arte y de la música y cuna de las mentes más creativas.

Nuestra idiosincrasia nos prohíbe reclamar a los demás la responsabilidad por no cumplir sus compromisos – nuestra cultura es así de tolerante – pero cada uno de nosotros sabemos cual es nuestro compromiso con la sociedad y sabemos cuando estamos procrastinando en su cumplimiento.

27 de diciembre de 2009.

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